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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 20 DE OCTUBRE DE 2010

 
OPINIÓN / IN MEMORIAM

A la atención del profesor Juan Díaz Fernández: Bibliotecario perpetuo del cielo

Por Jean Valjean (escritor)


Casualmente, de enlace en enlace, he ido a dar con el blog, a tu persona dedicado, escrito y dirigido por tu hijo (supongo que es tu hijo) Carlos.

Te imagino allá entre las nubes, con tu estilográfica (seguramente una Parker-51) en la diestra y tu eterno pitillo entre los dedos de la otra, hilando sabiamente tu prosa antigua y clásica... ¡Ah!, y mirando al mar, ese compañero que se traspira en tus artículos, en todos. Aunque en algunos no lo cites, el Mediterráneo está siempre presente con su olor a salitre y a brisa entre pinos.

Recuerdo cuando te mandé mi primer manuscrito de Crónicas de Allí. El pobre había ido rebotando de editorial en editorial durante casi dos años. Tú, con la paciencia de un buen pedagogo y de un maestro te lo leíste de cabo a rabo, y luego me escribiste una carta que aún guardo entre las hojas de un ejemplar de Torre del Faro que había comprado en una librería de Algeciras en uno de mis viajes a Ceuta. Me reprochas con palabras comedidas y con mucho amor, me reprochas -digo- que ocultara mi nombre y apellidos bajo el seudónimo de Jordana Marbella, afición por este disfraz que como verás al final de esta carta no me he abandonado nunca. Pero a lo que iba. Decías en esa carta que el texto era bastante bueno. Que no me desanimara. Que siguiera escribiendo. Y más cosas que la modestia me impide repetir en esta carta y que a mí me sirvieron para recuperar la seguridad que, hecha jirones, se había perdido en el peregrinaje de mi libro por los despachos enmoquetados de los editores. Yo no había leído nunca nada tuyo. Torre del Faro fue el primero. Regresar a la ciudad natal después de tantos años de ausencia, leyendo tus artículos tumbado en una mecedora de la cubierta del ferry (¡La Paloma! ¿recuerdas?), y viendo amanecer el Hacho por el horizonte azul, fue para mí una experiencia inolvidable. Recuerdo que Conchi, mi mujer (que desde el años dos mil cinco está también Ahí Arriba contigo) con su gracejo malagueño y su acento del castizo barrio de Huelin me decía, al verme tan enfrascado en la lectura y en el paisaje: “¡Pues, hijos! ¿Porque no te quedaste en Ceuta?”. Creo que corrían los primeros meses del año mil novecientos noventa y seis, el fatal año en que nos dejaste. Terminabas la carta invitándome a acudir a tu casa de Fuengirola para conocerme personalmente y para hablar de Literatura. Al final no pudo ser... Para mí, en cambio, el año mil novecientos noventa y seis fue un buen año; en la primavera recogí el Premio Amador de los Ríos de Narrativa, convocado por el Ayuntamiento de Baena y otorgado a mi novela corta EL LOCUTOR. Y fue también el año en que comenzaría un proceso que me llevará a dejar la docencia y dedicarme de lleno a la escritura. En el mes de junio de ese año me llegará un ejemplar de tu libro CAMBIO DE RESIDENCIA con una dedicatoria muy afectuosa que (¿por qué no?) ésta si, ésta no me censuro de reproducir en esta carta/homenaje que te dirijo. Dice:

A mi buen amigo y ex-alumno Alberto Nuñez, narrador agudo y hábil, con el deseo de que pronto pueda dedicarme un libro suyo. J. Díaz Ceuta.

Junio del 96.

Pues esa deuda es la que pienso pagarte ahora, enviándole a tu hijo Carlos los ejemplares de los libros que tengo publicados, con una dedicatoria para ti, querido profeso, y con el deseo y la seguridad de que esos libros míos van a encontrar en tu biblioteca calor y cariño.

¿Sabes? llegado a este punto no recuerdo si la Siniestra Dama me dio el tiempo suficiente para comunicarte ese Premio; me refiero al Premio Amador de los Ríos. Quiero pensar que sí, que de las dos o tres ocasiones en que hablamos por teléfono, una de ellas fue para hacerte partícipe de mi premio literario que -no nos cabe duda a los que te hemos conocido- te iba a dar un alegrón. El último recuerdo que tengo de ti (ya no sabría decir si en conversación telefónica o por carta) es la promesa que me hiciste de sacar, por entregas, en el dominical de El Faro, capítulos de mis Crónicas de Allí... ¡Ah! y una reseña que hiciste de mí en tu periódico y que no consigo encontrar.

[Ahora me viene a la mente, ese artículo tuyo en el que hablas de tu entrada, de adolescente, en el periódico para llevar tu primer articulo... el olor de la tinta que despedían las rotativas...]

Querido Profesor:

Ya voy a dejar de darte la lata con tanta prosa. Sólo te diré aunque ya debes de saberlo, que con la ayuda de nuestro común amigo José Luis Sastre y de mi sobrino Víctor, conseguí sacarle al Ayuntamiento los chavos suficientes como para publicar Crónicas de Allí. Que también publiqué El Locutor con el dinero del Premio y que, a mi costa, he sacado el último, Martín Requena in Memoriam. De todos ellos, como ya te he dicho, quiero dedicarte un ejemplar y mandarlo a tu hijo para que formen parte de tu biblioteca.

Has de saber que el libro Crónicas de Allí, lleva en su portadilla, como un pequeño homenaje a tu persona, una frase sacada de tu libro Torre del Faro.

Ya lo verás...

Querido profesor y Bibliotecario Perpetuo:

Guardame un buen sitio ahí, en esa Biblioteca Celestial que diriges. Búscame en buen sillón junto a un gran ventanal. Los próximos diez mil años espero pasarlos leyendo. El pequeño resto de Eternidad que me quede lo quiero dedicar a escribir.

Que ¿cómo me enteré de tu muerte? Puse como ha pasado tanto tiempo y no me quiero confiar a la memoria... ese bichito tan endeble me limitaré a transcribirte una anotación de mis Diarios de aquel año:

Hoy, diez de noviembre de mil novecientos noventa y seis, paseando con Conchi por Los Baratillos de Málaga, un compañero del colegio me da la noticia: E Profesor Don Juan Díaz Fernández ha fallecido en su casa e Fuengirola. Descanse en Paz...

Recibe un fuerte abrazo de tu ex-alumno...
 

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