Casualmente, de enlace en enlace, he ido a dar con el blog,
a tu persona dedicado, escrito y dirigido por tu hijo
(supongo que es tu hijo) Carlos.
Te imagino allá entre las nubes, con tu estilográfica
(seguramente una Parker-51) en la diestra y tu eterno
pitillo entre los dedos de la otra, hilando sabiamente tu
prosa antigua y clásica... ¡Ah!, y mirando al mar, ese
compañero que se traspira en tus artículos, en todos. Aunque
en algunos no lo cites, el Mediterráneo está siempre
presente con su olor a salitre y a brisa entre pinos.
Recuerdo cuando te mandé mi primer manuscrito de Crónicas de
Allí. El pobre había ido rebotando de editorial en editorial
durante casi dos años. Tú, con la paciencia de un buen
pedagogo y de un maestro te lo leíste de cabo a rabo, y
luego me escribiste una carta que aún guardo entre las hojas
de un ejemplar de Torre del Faro que había comprado en una
librería de Algeciras en uno de mis viajes a Ceuta. Me
reprochas con palabras comedidas y con mucho amor, me
reprochas -digo- que ocultara mi nombre y apellidos bajo el
seudónimo de Jordana Marbella, afición por este disfraz que
como verás al final de esta carta no me he abandonado nunca.
Pero a lo que iba. Decías en esa carta que el texto era
bastante bueno. Que no me desanimara. Que siguiera
escribiendo. Y más cosas que la modestia me impide repetir
en esta carta y que a mí me sirvieron para recuperar la
seguridad que, hecha jirones, se había perdido en el
peregrinaje de mi libro por los despachos enmoquetados de
los editores. Yo no había leído nunca nada tuyo. Torre del
Faro fue el primero. Regresar a la ciudad natal después de
tantos años de ausencia, leyendo tus artículos tumbado en
una mecedora de la cubierta del ferry (¡La Paloma!
¿recuerdas?), y viendo amanecer el Hacho por el horizonte
azul, fue para mí una experiencia inolvidable. Recuerdo que
Conchi, mi mujer (que desde el años dos mil cinco está
también Ahí Arriba contigo) con su gracejo malagueño y su
acento del castizo barrio de Huelin me decía, al verme tan
enfrascado en la lectura y en el paisaje: “¡Pues, hijos!
¿Porque no te quedaste en Ceuta?”. Creo que corrían los
primeros meses del año mil novecientos noventa y seis, el
fatal año en que nos dejaste. Terminabas la carta
invitándome a acudir a tu casa de Fuengirola para conocerme
personalmente y para hablar de Literatura. Al final no pudo
ser... Para mí, en cambio, el año mil novecientos noventa y
seis fue un buen año; en la primavera recogí el Premio
Amador de los Ríos de Narrativa, convocado por el
Ayuntamiento de Baena y otorgado a mi novela corta EL
LOCUTOR. Y fue también el año en que comenzaría un proceso
que me llevará a dejar la docencia y dedicarme de lleno a la
escritura. En el mes de junio de ese año me llegará un
ejemplar de tu libro CAMBIO DE RESIDENCIA con una
dedicatoria muy afectuosa que (¿por qué no?) ésta si, ésta
no me censuro de reproducir en esta carta/homenaje que te
dirijo. Dice:
A mi buen amigo y ex-alumno Alberto Nuñez, narrador agudo y
hábil, con el deseo de que pronto pueda dedicarme un libro
suyo. J. Díaz Ceuta.
Junio del 96.
Pues esa deuda es la que pienso pagarte ahora, enviándole a
tu hijo Carlos los ejemplares de los libros que tengo
publicados, con una dedicatoria para ti, querido profeso, y
con el deseo y la seguridad de que esos libros míos van a
encontrar en tu biblioteca calor y cariño.
¿Sabes? llegado a este punto no recuerdo si la Siniestra
Dama me dio el tiempo suficiente para comunicarte ese
Premio; me refiero al Premio Amador de los Ríos. Quiero
pensar que sí, que de las dos o tres ocasiones en que
hablamos por teléfono, una de ellas fue para hacerte
partícipe de mi premio literario que -no nos cabe duda a los
que te hemos conocido- te iba a dar un alegrón. El último
recuerdo que tengo de ti (ya no sabría decir si en
conversación telefónica o por carta) es la promesa que me
hiciste de sacar, por entregas, en el dominical de El Faro,
capítulos de mis Crónicas de Allí... ¡Ah! y una reseña que
hiciste de mí en tu periódico y que no consigo encontrar.
[Ahora me viene a la mente, ese artículo tuyo en el que
hablas de tu entrada, de adolescente, en el periódico para
llevar tu primer articulo... el olor de la tinta que
despedían las rotativas...]
Querido Profesor:
Ya voy a dejar de darte la lata con tanta prosa. Sólo te
diré aunque ya debes de saberlo, que con la ayuda de nuestro
común amigo José Luis Sastre y de mi sobrino Víctor,
conseguí sacarle al Ayuntamiento los chavos suficientes como
para publicar Crónicas de Allí. Que también publiqué El
Locutor con el dinero del Premio y que, a mi costa, he
sacado el último, Martín Requena in Memoriam. De todos
ellos, como ya te he dicho, quiero dedicarte un ejemplar y
mandarlo a tu hijo para que formen parte de tu biblioteca.
Has de saber que el libro Crónicas de Allí, lleva en su
portadilla, como un pequeño homenaje a tu persona, una frase
sacada de tu libro Torre del Faro.
Ya lo verás...
Querido profesor y Bibliotecario Perpetuo:
Guardame un buen sitio ahí, en esa Biblioteca Celestial que
diriges. Búscame en buen sillón junto a un gran ventanal.
Los próximos diez mil años espero pasarlos leyendo. El
pequeño resto de Eternidad que me quede lo quiero dedicar a
escribir.
Que ¿cómo me enteré de tu muerte? Puse como ha pasado tanto
tiempo y no me quiero confiar a la memoria... ese bichito
tan endeble me limitaré a transcribirte una anotación de mis
Diarios de aquel año:
Hoy, diez de noviembre de mil novecientos noventa y seis,
paseando con Conchi por Los Baratillos de Málaga, un
compañero del colegio me da la noticia: E Profesor Don Juan
Díaz Fernández ha fallecido en su casa e Fuengirola.
Descanse en Paz...
Recibe un fuerte abrazo de tu ex-alumno...
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