A la estación de la paz no se
llega con armas. Tampoco la justicia se defiende con
artefactos, sino con la razón y la mano tendida. El sueño de
un desarme total, de un mundo sin armas, tiene que ser
posible. Cierren las fábricas que producen instrumentos para
matar. Sólo hace falta que deje de ser un negocio este tipo
de productos que son la mayor amenaza a nuestra
supervivencia. La observancia anual de la semana del
desarme, propiciada por la ONU del 24 al 30 de octubre, ha
de ser un momento para la reflexión de todos los gobiernos y
Estados. La carrera armamentista es lo peor de lo peor, un
sinsentido consentido de punta a punta. La hecatombe causada
por todas las guerras debiera servirnos para tomar otros
rumbos y otras actitudes. Mucho se habla del desarme pero
realmente nada se hace al respecto. La mismísima OTAN
rechaza el desarme nuclear. Un contrasentido total, puesto
que la seguridad en el planeta no se consigue con la
posesión de artilugios sin alma. Hay que buscar otras vías y
rebuscar otros modos, más allá de las bombas, de la
acumulación masiva y competitiva de aparatos demoledores de
vidas humanas.
Debemos precintar los arsenales, mejor hoy que mañana, y ver
la manera de atenuar la tirantez internacional. El mundo ha
sido creado para la vida, para ser recreado por los seres
pensantes, o sea, por todos nosotros. El desarme tiene que
hacerse realidad. Nos interesa. La mejor defensa es la
tutela del diálogo. Por supuesto, no está en los misiles que
hablan con un abecedario frío, incivil y estúpido.
Personalmente, a mi no me gusta ni el mundo de los
vencedores, que es un mundo altanero, tampoco el mundo de
los vencidos, porque guarda el rencor de por vida, prefiero
el mundo incesante de la consideración, de los seres humanos
capaces de colocar sus ideas en el mismo nivel que las
convicciones de otros. Desde ya, es decir desde ahora mismo,
el mundo tiene que liberarse de las armas, establecer un
planeta libre de aparatos químicos, nucleares,
cibernéticos... El terrorismo nuclear, el de municiones en
racimo, las minas terrestres antipersonal, el de armas
convencionales o biológicas, en suma cualquier uso
sistemático del terror, no es una fantasía, está ahí, en
cualquier esquina puede activarse su poder destructor y
destruirnos como civilización, en un abrir y cerrar de ojos.
Por consiguiente, un plan de desarme global es lo que este
planeta necesita; no es cuestión de un país, sino de todos
los países; y menos aún es cuestión de un tipo de armas,
sino de todas las armas, porque al final todas matan de la
misma manera.
En un momento en el que se han multiplicado las amenazas,
servidor aplaude la semana del desarme. Algo puede ser todo.
Nos hace falta una regeneración pacifista, un desarme como
acción humanitaria y opción liberadora. Ciertamente, se
precisa para ello un cambio total de gestas amorosas y de
gestos embellecedores, que nos vuelvan más comprensivos. La
evolución tiene que optar por ser una auténtica revolución.
Hoy por hoy, el entorno es más salvaje que sociable. Para
empezar, películas, videojuegos y demás instrumentos de
ocio, bien podrían ser menos fanáticos. La sociedad ha
crecido violentamente porque el sistema de vida genera
violencia por todos los puntos cardinales. Desde luego, no
se puede educar para el desarme si la realidad es feroz y
ruda. El mismo vocabulario que se injerta por los aires de
la vida desde determinados poderes, bestialmente corruptos,
a lo único que alientan es al cataclismo, a la perturbación
del orden o a la destrucción en masa. El calvario que vive
actualmente el planeta ayuda poco, por no decir nada, a ser
pacifista de convicción y por convencimiento. El sufrimiento
humano causado por tantas injusticias, por tanto abuso de
armas, es algo terrible y algo difícil de olvidar, que
requiere una buena dosis de humanidad por todas partes. Y lo
más espantoso es que cada día tenemos un mundo menos
apropiado para los más débiles, incluidos los niños.
Al mundo sólo parece afanarle los temas económicos de los
poderosos. Es verdad que la economía mundial se encuentra
sumida en una profunda crisis financiera, pero hay que decir
que ha sido gestada en parte por la falta de valores éticos
y humanos. Por esa ausencia de humanidad, no han importado
las dificultades, la carrera de armamentos ha seguido y
sigue creciendo. Alcanza ya la cifra de más de un millón de
millones de dólares. Son tantos los recursos invertidos en
armamentos, que lo del desarme cuesta asimilarlo. Las
Naciones Unidas han calculado que bastarían 80.000 millones
de dólares anuales durante una década para acabar con la
pobreza; el hambre; y la falta de salud, de educación, y
vivienda en todo el planeta. El gasto destinado a armamento
es pues 180 veces más que el destinado para paliar el
hambre, promover el desarrollo agrícola y atenuar la
situación económica generada en los últimos meses, por el
auge del precio de los alimentos. Qué bueno sería que se
cambiaran armas por comida. Sería el primer gran paso. El
siguiente pasa por un desarrollo global, para todas las
personas y para todos los pueblos. Se dice que no hay dos
sin tres, la orientación del ser humano a la búsqueda de lo
justo es otro de los andares precisos. Y es que la paz sólo
tiene un camino, lo que nos exige ponernos decididamente al
servicio de todos con todos. No es fácil, porque el ser
humano sigue buscando más la guerra que la paz y no suele
fiarse ni del vecino, con lo cual, el problema del desarme
que es sustancialmente un problema de confianza recíproca,
queda en el baúl de lo que pudo haber sido, pero en absoluto
es.
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