Con Carlos Bringa me llevo
yo la mar de bien desde hace muchísimos años. Nuestras
buenas relaciones nunca han dejado de estar presididas por
el respeto. Respeto que jamás ha impedido que podamos hablar
claramente cuando toca hacerlo de cualquier asunto del cual
nos plazca. Y, desde luego, sin temor a emitir pareceres
distintos sobre lo analizado. Bringa es muy aficionado al
fútbol. Hincha del Barcelona –lampa ya porque llegue el 27
de octubre-, y fiel al equipo de su alma: la Asociación
Deportiva Ceuta, me recuerda que muchos aficionados desean
que escriba del equipo local. Que hay interés en saber
cuáles son las virtudes del equipo y sus defectos,
expresados por mí.
Las palabras de CB, siempre alentadoras, me obligan a
decirle que esa tarea no me corresponde. Explicación que he
dado ya no pocas veces. Que no me agrada, salvo cualquier
salida de tono de los técnicos, a la que sin duda
respondería, ponerles en aprietos, haciéndoles
recomendaciones públicas. En una palabra, que no forma parte
de mis cometidos actuales, como escribidor de periódicos,
contarles a los aficionados detalles de un equipo que,
indudablemente, debe mejorar en varios aspectos, que yo
considero fundamentales.
Pues bien, a pesar de lo dicho, creo que Bringa merece que
yo le explique, así por encima, lo que dio de sí el partido
que Cádiz y Ceuta jugaron en el Carranza. Principiaré
diciendo que era la tercera vez que yo veía al equipo
entrenado por Vidakovic. Cuyos aires de grandeza
futbolística le impiden darse cuenta de que el Cádiz juega
en Segunda División B.
El equipo amarillo trata de hacer un fútbol de muchas
pretensiones, pero sin tener los mimbres adecuados. Un
fútbol de toques inútiles, de pases horizontales, donde sus
defensores centrales son los encargados de sacar el balón
siempre jugado desde atrás. De manera que tardan cien años y
un día en enlazar con los medios y, claro, cuando el
esférico les llega a los delanteros, dos o tres veces si
acaso, éstos no saben si están jugando o tomando ya el
aperitivo en el bar de la esquina. Y, además, cuando pierden
la pelota, dejan brechas atrás, por las que podrían colarse
una hilera de tanques.
Los problemas del Cádiz en casa, los ha venido teniendo el
Ceuta en el Murube. Y también en todos los partidos que yo
le he visto fuera del campo ceutí. Sin embargo, el equipo
entrenado por Joao de Deus hizo en Cádiz, sin duda
alguna, el mejor primer tiempo de toda la temporada.
Marraron sus jugadores las oportunidades de gol. Y perdieron
la oportunidad de conseguir un éxito incuestionable, en un
estadio mayor, donde actualmente juega un equipo menor, y a
cuyo frente está un entrenador con ínfulas ya exhibidas en
Écija.
Le bastó a la ADC poner en juego a Modeste, por la
banda derecha, durante muchos minutos, con balones al
espacio libre, tan apropiados para aprovechar su bendita
velocidad, para que todo el tinglado táctico del Cádiz,
basado en un absurdo manoseo del balón y en triangulaciones
ineficaces y pasecitos cortos, se viniera abajo. Y si el
Ceuta no obtuvo tres goles, en un santiamén, se debió a que
los hombres veloces, en este caso Modeste, a veces no son
precisos en el pase y en la finalización de las jugadas. Lo
peor del partido las expulsiones. Lo mejor: que el Cádiz fue
fiel reflejo de nuestros defectos en el Murube. Toca
aprender de ellos.
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