Anselmo del Valle Obrarante
es un amigo al cual veo de higos a brevas. La amistad con él
comenzó hace ya la friolera de cuarenta años. Y debo decir,
porque no hay por qué ocultarlo, que cuando nos presentaron,
en un restaurante de la Ribera del Marisco en El Puerto de
Santa María, hubo entre nosotros miradas que no presagiaban
nada bueno. En realidad, pues la verdad no tiene más que un
camino, lo que sucedía es que a él le caía yo tan gordo como
él a mí. Y era así, sin haber hablado nunca antes; por más
que ambos solíamos frecuentar los mismos sitios.
Pero hete aquí que tras la presentación, dada la buena
educación que había mamado Anselmo del Valle Obrarante, éste
nunca más dejó de saludarme, en cuanto me veía, y el hablar
fue ya cosa que vino rodada. Y hablando, un día sí y el otro
también, llegamos a darnos cuenta de que nos sentíamos a
gusto. Y la amistad floreció de manera que aún la seguimos
cultivando. Aunque sea a través del teléfono y, por
supuesto, sin excedernos.
Días atrás, me puse en contacto con mi amigo, debido a que
me contaron que andaba pachucho. Nada de importancia, según
me tranquilizó él. Y, como siempre, después de debatir sobre
cuestiones futbolísticas –aclararé cuanto antes que Anselmo
es del Barcelona y un admirador de Iker Casillas-,
nos pusimos a hablar de política. Eso sí: no sin antes
recordarle yo que él no tenía ni idea de fútbol. No hace
falta decir que todos los españoles discuten de fútbol y
política y lo hacen convencidos de que saben tela marinera
de ambas cosas.
En esta ocasión (porque, además de tener una educación
exquisita, Del Valle Obrarante leyó a los clásicos a edad
temprana y aún sigue enfrascado en la tarea, sin que por el
momento dé pruebas de cansancio), Anselmo me preguntó si en
Ceuta había políticos expertos en trabajarse la seriedad
para causar la mejor de las impresiones entre la
concurrencia.
Y, claro es, le respondí que sí. Que en esta tierra también
hay políticos que piden la carta en cualquier restaurante,
por ejemplo, con el mismo serio y solemne gesto con el que
pediría un fiscal una pena de muerte en los Estados Unidos.
-Te lo he preguntado, estimado Manolo, porque me ha
pedido el director de un centro cultural, hace días, un
ensayo sobre la seriedad a ultranza. Y he decidido empezar
diciendo que “la seriedad a ultranza no es más cosa que el
caparazón de la estulticia, el escudo de la vaciedad
absoluta. Y he puesto el siguiente ejemplo: “Un tío compone
la carita seria y el ademán prudente y comedido, pronuncia
con solemnidad (poco importa que con voz atiplada) los
tópicos al uso, sonríe al tendido sin excederse y, ¡hala!, a
esperar que le nombren algo rimbombante. O que lo enchufen
en cualquier empresa municipal, ganando una pasta gansa”.
-Anselmo, dado que tú bien sabes que yo soy lector de los
que van tomando nota, sobre todo cuando leo a los clásicos
que tú me recomendaste hace ya la tira de tiempo, te
contestaré lo siguiente: “En España no se ensancha el ámbito
de los gobernantes posibles porque se rechazan de plano tres
bendiciones de Dios: el humor, la imaginación y el espíritu
deportivo”. Por lo tanto, debemos apechugar con políticos
(?) que usan y abusan de la seriedad impostada. Y Ceuta,
faltaría más, no se priva de ellos.
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