Gran parte del personal sanitario de Melilla no quiso
vacunarse contra el virus H1N1. Tampoco lo hizo la mayoría
de la población, incluyendo la de riesgo. De hecho, cerca
del 80 por ciento de las vacunas fueron devueltas. A esto,
el doctor Francisco Javier Campayo encuentra una
explicación.
El especialista del Hospital Reina Sofía de Murcia, que
realizó una ponencia el jueves en IV Jornadas de Vacunas
“Ciudad de Melilla”, quiso recordar que cuando empezaron a
aparecer los datos sobre los primeros brotes epidémicos, la
tasa de los enfermos que morían era muy alta. Por ello,
dijo, “se puso en marcha el dispositivo”.
La fase de elaboración de la vacuna coincidió con la época
estival, lo que según Campayo, influyó para que los medios
de comunicación le dieran un tratamiento “desmesurado”,
considerando algunos aspectos “normales”, como
“extraordinarios”. Y de extraordinario, lo único que hubo,
dijo el doctor, fue que se acortaron algunos plazos para
disponer de la vacuna inmediatamente. El resto fue
“absolutamente normal”.
Cuando aparecieron los primeros casos en España se demostró
que no eran tan graves como parecían y que no morían en un
número tan alto como había ocurrido en algunos brotes
epidémicos iniciales. Sin embargo, según el especialista,
esto no quiere decir que el virus no produjera la mutación
que se esperaba, la produjo y “realmente era un virus que
tenía el potencial de producir mucha enfermedad y mucha
muerte”. Afortunadamente no sucedió así, pero el virus “está
mutando todos los años”.
Muchas críticas apuntan que debería haberse dispuesto un
menor número de vacunas, por lo que Francisco Javier Campayo
remitió a mayo y junio del año pasado cuando “todo el mundo
quería su vacuna”, tras las informaciones que llegaban de
México. También cree que administrarla en dos tomas, una
vacuna en octubre y otra en noviembre, ha echado para atrás
a mucha gente. Y negó que los efectos de la vacuna fueran
más graves que la enfermedad, como se rumoreaba.
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