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OPINIÓN - JUEVES, 14 DE OCTUBRE DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

El momento de José Antonio Rodríguez
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Acudo al despacho de un hombre que me merece mucho respeto. Soy yo quien le pide que me dedique parte de un tiempo que no le sobra. Y él, amable donde los haya y sabiendo que se puede confiar en mí, no tiene el menor inconveniente en responderme a cuantas preguntas le voy haciendo.

Casi todas ellas, me refiero a las preguntas, sobre un acontecimiento negativo, que se ha producido en el Gobierno que preside Juan Vivas. Porque no podemos olvidar que el caso Rodríguez se ha convertido en un asunto propicio para que la oposición, y sobre todo la coalición “Caballas”, trate de meterle las cabras en el corral al presidente de la Ciudad.

Con el hombre que me merece mucho respeto, y cuyo nombre no voy a mencionar por precauciones que los lectores deben entender, charlo acerca de lo acontecido con el consejero de Gobernación. A quien no le hacía falta, mírese desde donde se mire, haber caído en la tentación que acreditan las pruebas existentes. Si bien es cierto, que, dado que la presunción de inocencia ha adquirido más fuerza que la honradez demostrada, uno pecaría de julái y hasta de kamikaze, si decidiera contar con pelos y señales los hechos que han obligado a Vivas a destituir al consejero de Gobernación.

El hombre que me merece mucho respeto, me dice lo siguiente: cuando Rodríguez se serene y se dé cuenta del lío en el cual se ha metido, posiblemente recupere la cordura y deje de ir comentando por corrillos, mentideros, y tertulias de tres al cuarto, que a partir de ahora no descansará hasta ver hundidos en la miseria a ciertos miembros del gobierno local. Ya que semejante actitud solo le acarreará disgustos superiores a los que ya, de por sí, se ha ganado por su negligencia.

Cuando uno mete la pata gravemente, que es lo que dicen que ha hecho Rodríguez –digo yo-, de ahí que Vivas haya tomado la decisión de destituirle, lo que debe hacer es coger sus bártulos, hacer mutis por el foro, y, si le es posible, irse al Monasterio de Yuste a comer caldereta y a espiar sus pecados.

A Rodríguez, que a mí me sigue cayendo la mar de bien, dejé yo de frecuentarle en cuanto comprobé que se juntaba con mala gente. Mala gente que, además, está gafada. Y, claro es, yo recelo de las gentes que se juntan con gentes que atraen la mala suerte con la misma fuerza, o más, que los pararrayos las descargas eléctricas atmosféricas.

Rodríguez hizo, sin duda, una buena labor cuando estuvo de viceconsejero de Turismo. Conviene destacar las magníficas relaciones que mantuvo con los alcaldes de los pueblos blancos de Andalucía. Y, a la chita callando, fue capaz de devolver a Ceuta un movimiento callejero de personas que venían dispuestas a conocer la ciudad en la que sus hijos hicieron el servicio militar. Por decir algo al respecto.

Pero alguien, con muy mal tino, creyó que Rodríguez estaba capacitado para ponerse al frente de una consejería compleja. Tan atiborrada de dificultades que los consejeros acaban perdiendo el sentido común. Porque en la consejería de Gobernación, en vista de que los sindicatos están siempre prestos a tirarle al degüello al consejero de turno, los ha habido que se han aprovechado de sus debilidades para mandarle al hule del dolor. La deshonra le llegará, Dios no lo quiera, si Rodríguez sigue hablando por las esquinas.
 

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