Acudo al despacho de un hombre que
me merece mucho respeto. Soy yo quien le pide que me dedique
parte de un tiempo que no le sobra. Y él, amable donde los
haya y sabiendo que se puede confiar en mí, no tiene el
menor inconveniente en responderme a cuantas preguntas le
voy haciendo.
Casi todas ellas, me refiero a las preguntas, sobre un
acontecimiento negativo, que se ha producido en el Gobierno
que preside Juan Vivas. Porque no podemos olvidar que
el caso Rodríguez se ha convertido en un asunto propicio
para que la oposición, y sobre todo la coalición “Caballas”,
trate de meterle las cabras en el corral al presidente de la
Ciudad.
Con el hombre que me merece mucho respeto, y cuyo nombre no
voy a mencionar por precauciones que los lectores deben
entender, charlo acerca de lo acontecido con el consejero de
Gobernación. A quien no le hacía falta, mírese desde donde
se mire, haber caído en la tentación que acreditan las
pruebas existentes. Si bien es cierto, que, dado que la
presunción de inocencia ha adquirido más fuerza que la
honradez demostrada, uno pecaría de julái y hasta de
kamikaze, si decidiera contar con pelos y señales los hechos
que han obligado a Vivas a destituir al consejero de
Gobernación.
El hombre que me merece mucho respeto, me dice lo siguiente:
cuando Rodríguez se serene y se dé cuenta del lío en el cual
se ha metido, posiblemente recupere la cordura y deje de ir
comentando por corrillos, mentideros, y tertulias de tres al
cuarto, que a partir de ahora no descansará hasta ver
hundidos en la miseria a ciertos miembros del gobierno
local. Ya que semejante actitud solo le acarreará disgustos
superiores a los que ya, de por sí, se ha ganado por su
negligencia.
Cuando uno mete la pata gravemente, que es lo que dicen que
ha hecho Rodríguez –digo yo-, de ahí que Vivas haya tomado
la decisión de destituirle, lo que debe hacer es coger sus
bártulos, hacer mutis por el foro, y, si le es posible, irse
al Monasterio de Yuste a comer caldereta y a espiar sus
pecados.
A Rodríguez, que a mí me sigue cayendo la mar de bien, dejé
yo de frecuentarle en cuanto comprobé que se juntaba con
mala gente. Mala gente que, además, está gafada. Y, claro
es, yo recelo de las gentes que se juntan con gentes que
atraen la mala suerte con la misma fuerza, o más, que los
pararrayos las descargas eléctricas atmosféricas.
Rodríguez hizo, sin duda, una buena labor cuando estuvo de
viceconsejero de Turismo. Conviene destacar las magníficas
relaciones que mantuvo con los alcaldes de los pueblos
blancos de Andalucía. Y, a la chita callando, fue capaz de
devolver a Ceuta un movimiento callejero de personas que
venían dispuestas a conocer la ciudad en la que sus hijos
hicieron el servicio militar. Por decir algo al respecto.
Pero alguien, con muy mal tino, creyó que Rodríguez estaba
capacitado para ponerse al frente de una consejería
compleja. Tan atiborrada de dificultades que los consejeros
acaban perdiendo el sentido común. Porque en la consejería
de Gobernación, en vista de que los sindicatos están siempre
prestos a tirarle al degüello al consejero de turno, los ha
habido que se han aprovechado de sus debilidades para
mandarle al hule del dolor. La deshonra le llegará, Dios no
lo quiera, si Rodríguez sigue hablando por las esquinas.
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