Hace un año nos acechaba la psicosis de la gripe A. Ocurrió
entonces que una enfermera erró cuando intentaba suministrar
leche materna para alimentar a un neonato que había nacido
como consecuencia de una cesárea practicada a una madre
marroquí que había muerto días antes acuciada por el virus
más terrorista de la era tecnológica. Este episodio fue
resaltado por todos los medios de comunicación, que acabaron
por fundir los plomos de la salud mental (tan codiciada
estos días) de una enfermera que apenas se estrenaba en la
profesión. La voracidad de los periodistas terminó por
subyugar el derecho a la vida corriente de una chica a
cambio de engordar en sus respectivos portales de internet
una información muy rimbombante entonces (por la que todos
los políticos y analistas se rasgaban las vestiduras con tal
de no perder su silla) pero de la que nadie se acuerda ya,
ni siquiera para investigar qué ocurrió con aquella chica
que hoy día sigue su calvario sempiterno. Por entonces, me
solidaricé con aquella enfermera sin rostro. Un año más
tarde, los amigos que inventaron el famoso alcohol jabonoso
se siguen frotando las manos contando el dinero que hicieron
de un producto que luego resultó no ser aquella vacuna
milagrosa que prevenía del contagio. La famosa señorita
Trini, excandidata a candidata, mandó pedir miles de
antivirales como medida de precaución, a pesar de que tuvo
contacto diario con los mejores médicos que, a principos de
verano, rebajaban ya la sensación de acabóse gestada en la
población. Se tiró el dinero y no pasó nada. A pesar del
revuelo que ocasionó la muerte de Ryan, el niño prematuro,
gran parte del Parlamento votó no hace mucho en favor del
aborto, contradiciendo su apoyo a la familia de Ryan. Si
seguimos esta línea acomodaticia legislada en la calle por
el ‘ande yo caliente riáse la gente’, ¿qué no pasará con los
viejos cuando ya apenas puedan si quiera hablar? ¿Deberemos
dejarlos morir para aliviar de dinero y espacio las arcas
que otros mangonean? Aquella chica fue linchada por la
opinión pública y hoy ni se acuerdan de ella ni del niño que
murió. No son aptos para el consumo.
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