Las etnias o culturas que han permanecido mayor tiempo en la
exclusión social por las diferencias raciales van
adquiriendo poco a poco la base de los derechos humanos,
entendiéndolos como las normas basadas en el respeto a todos
los ciudadanos del mundo. Así lo ha diagnosticado Gloria
Blanch, coordinadora del proyecto ‘Integradas y
Diversificadas’, sobre un grupo formado por unas 30 mujeres
con diferentes perfiles: transfronterizas, musulmanas,
subsaharianas, cristianas y hebreas, y con el que se
pretende crear una red social de voluntarias de todas las
culturas de la ciudad.
El margen de edad de estas mujeres que participan en el
proyecto puesto en marcha por el Centro Unesco y el Centro
Asesor de la Mujer (CAM) oscila entre los 18 y 65 años,
siendo de todas las clases sociales y formadas en diferentes
ámbitos, tales como la ayuda humanitaria, el voluntariado,
los derechos humanos, la educación afectivo-sexual o
violencia de género. Es decir, los principios básicos de la
UNESCO, “creando así un nexo de unión entre las mujeres ya
cualificadas y las que sean asesoradas por estas mismas al
compartir similares situaciones de exclusión social tras
llegar a la ciudad”, aclaraba.
El hecho de ser cristiana, occidental, y tener un estatus
alto a nivel social suele ir asociado a “que te respeten”.
Entonces este derecho fundamental es algo asumido, que
además viene acentuado por la consecuencia de vivir en una
democracia. Sin embargo, gozar de este privilegio que
describe la experta no es común a todas las religiones,
culturas o razas ya que para las subsaharianas y
transfronterizas que no están regularizadas, “es una lucha
constante y una búsqueda incesante”. Además de enfrentarse a
la tradición teniendo asumida una falta de respeto que no
debe ser consentida. Es lo que ocurre con las porteadoras en
el paso del Biutz: “son pisoteadas y golpeadas, por lo que
los derechos humanos brillan por su ausencia”, ponía como
ejemplo, Blanch. El conocimiento de esta materia aporta al
colectivo el incremento de la autoestima, la información y
el asesoramiento en materia jurídica. Además de la seguridad
necesaria para no permitir ser humilladas o ultrajadas
“porque saben que existen esos derechos humanos que son
internacionales y terminan adquiriendo nuevas experiencias
por las que se sienten más valoradas”. La percepción del
colectivo de subsaharianas del CETI sobre estos derechos es
negativa, “están desmotivadas y desilusionadas después de
los últimos acontecimientos, las manifestaciones, las
detenciones. Pero sí es cierto que ellas saben que existen y
abogan por ellos, de ahí que les choque el que hayan hecho
uso de esos derechos para manifestarse y no los han visto
cumplidos cuando se les ha prohibido y viviéndolo en su
propia piel.
Se genera mucho debate por las diferencias culturales en el
marco de estos derechos pero sí es cierto, confirma la
experta, que entre las mujeres se crea un ambiente de
solidaridad que, en el caso de los grupos mixtos, “no se
propicia porque la mujer aún se siente vulnerable ante la
sociedad y, por ello, se solidarizan aunque sean de clases
sociales diferentes, culturas y religiones diversas, e
incluso edades dispares”. Experiencias tales como la soledad
que viven las mujeres inmigrantes hacen que el resto del
colectivo local intente, en la medida de lo posible,
ayudarlas con una serie de acciones. “Se ven iguales desde
el punto de vista de género, después de haber pasado
adversidades y obstáculos para llegar hasta donde estamos”,
valoraba, con orgullo, la coordinadora de ‘Integradas y
Diversificadas”.
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