No logro dormir. El tapón
mucolítico de mi nariz es culpable de solemnidad. No tolero
la mucofagia porque se transformaría en un transtorno
obsesivo-compulsivo.
Respirando aires de La Garrotxa me ha venido bien mientras
andaba por esa comarca, llena de cráteres volcánicos y
paisajes bucólicos dignos de figurar en cuadros de insignes
pintores.
Pero nada más regresar a la zona multiusos de Catalunya, o
sea al área metropolitana de Barcelona, el ambiente
climático me la vuelve a jugar.
Gran diferencia entre los cielos de La Garrotxa y del
Barcelonés. Claro y diáfano el primero, purulento y
terriblemente contaminado el segundo.
Tan contaminado como los premios Nobel, preferentemente los
destinados a la Paz, que no dejan de ser, pese a todo, una
tremenda burla hacia la humanidad.
Con honrosas y escasas excepciones, el Premio Nobel de la
Paz ha ido siempre a quienes nunca promulgaron la misma.
Desde intentos de concedérselo a Hitler y Stalin –no lo
consiguieron por décimas de voto- hasta concedérselo a un
recién elegido presidente de los EE.UU, por solo mover las
manos asegurando que lucharía por la paz…, ser el primer
presidente negro tiene sus ventajas.
Pero, ¿ustedes se han creído eso? ¿Qué el inventor de un
polvo que mató a millones de seres humanos conceda premios a
la Paz? Y no precisamente a polvos.
¿No se dan cuenta de que es un incentivo hacia quienes
siguen fomentando la patente de su inventor?
Los noruegos no pueden olvidar su pasado vikingo.
Si no clasificamos, esas decisiones de premiar a gente
alejada de la Paz, como chocherías de unos viejos aferrados
al pasado…, solo podríamos decir: ¡Qué locos están esos
noruegos!, como suele exclamar cierto personaje de Albert
Uderzo y René Goscinny en referencia a los romanos de su
tiempo.
Buenos son diez millones de coronas suecas, aunque este, el
de la Paz, sea el único premio que se otorga en Noruega, tal
vez para disimular el sonrojo de los suecos.
Los noruegos suelen tener cara de palo.
Quienes verdaderamente se lo merecían… ni póstumamente lo
fueron. Un ejemplo: Ghandi, ¡claro!, no vendía ni un balín.
Confundir la Beneficencia con la Paz es de morlacos
demasiado tocados. Lo digo por la concesión de premios a la
Cruz Roja y Teresa de Calcuta, entre otros, que no lucharon
por el restablecimiento de la paz, sino por el
restablecimiento de heridos y hambrientos. Y si se lo
dieron, era con intentos de disimular el verdadero cariz del
premio, de vez en cuando.
Lo mismo al concederlo por asuntos climáticos… ¿qué tiene
que ver el cambio climático con la Paz?.
Pero esto es un pretexto.
No se encuentran cada año gente verdaderamente involucrada
por la Paz.
Han de inventarse otros motivos para concederlo.
El inventor del polvo más mortífero de la historia, de esta
bola conocida como Tierra, consiguió plasmar en su
testamento el remordimiento que lo atosigaba cargándolo a
sus sucesores que, pese a todo, siguieron enriqueciéndose
con la minería y, sobretodo, con la guerra.
Pero sus sucesores carecen de remordimientos. Cínicos en
grado sumo, dan los premios a quienes siguen beneficiando
sus arcas y. más aún, al arca de La Parca.
Simple cuestión de mercado.
Los comerciales luchan por las comisiones.
Diez millones de coronas son algo más que un aliciente.
Yo me conformaba con uno.
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