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OPINIÓN - VIERNES, 8 DE OCTUBRE DE 2010

 
OBITUARIO / EN MEMORIA

Una buena persona

Por Ezequiel J. Teodoro


Mi padre tenía ojos diminutos y verdes, es cuanto puedo decir de su físico. Todos los que lo conocían veían su cuerpo grueso, sus manos amplias, pero yo sólo recuerdo sus ojos. En sus ojos yo rescataba al niño que él fue allá por la Ceuta de los años 50, si observaba su mirada y las arruguitas que le nacían alrededor de los párpados, sólo encontraba al niño. Últimamente la enfermedad le confirió aún más esa aura infantil.

Ayer falleció. En el tanatorio fue un nombre en la página de decesos. Para mí no podía constituir una línea en un papel. Yo lo conocí, le observé día a día mientras iba creciendo, y descubrí, no sé si tarde, a un buen hombre.

Siempre que echo la vista atrás recuerdo a mi padre organizando algún sarao. Fue presidente de la asociación de vecinos de mi barrio, el Príncipe Felipe, árbitro de 2ª B, estuvo en la Federación Provincial de Asociaciones de Vecinos, montó verbenas, campeonatos de petanca, contrató autobuses para llevar a los críos del barrio a la mochila, fue también una sonrisa cálida en la entrada al Parque Marítimo durante algunos años....

Y siempre que recurro a mi memoria atrás le recuerdo haciendo felicies a los niños de los demás. En mi casa criamos a cuatro. Cristian, Josemi, Gemita, Juanma, luego a su nieto, mi hijo Javi. Tuvo, como todos, sus virtudes y sus defectos, pero nunca le faltó una mano amiga para los demás, una sonrisa a tiempo. Yo sé que hoy muchos en Ceuta le recordarán, aunque sea un instante, y encontraran un momento dulce, unas risas en la asociación de vecinos, un juego, un saludo los domingos por la mañana al entrar al Parque.

Pero sobre todo le echaré de menos yo. Para mí siempre fue un castillo, una fortaleza para refugiarme. Hace algunos años que vivo fuera de Ceuta, he luchado, imagino que como todos, para salir adelante, y siempre que me iban las cosas mal, me daba la vuelta y me venía para mi tierra porque aquí poseía el refugio seguro de mi padre. Hoy lo he perdido.

Sé que estará siempre acompañándome, pero será duro no encontrármelo al venir de Madrid para la feria de Agosto. Aún enfermo siempre nos pedía que le lleváramos al recinto ferial. Él se sentía orgulloso de pasear con su familia por la feria saludando a todos aquellos con los que se encontraba, porque, eso sí, todos le conocían, todos tenían siempre una palabra para él.

Realmente no sé cómo lo hacía. Quizá fue sus cambios de trabajo, pasó por la cafetería La Caballa de Oro, en las Puertas del Campo, vendió pasteles por las tiendas, trabajó en la construcción, fue camarero en lugares que nunca conocí: la verdad es que le venía como un guante trabajar de cara al público, pues había nacido para ello. Y seguro que me creerán si han frecuentado el Parque Marítimo del Mediterráneo.

Durante los últimos años de su vida laboral fue conserje, utillero y lo que fuese menester en el parque de las kilométricas piscinas de Cesar Manrique. Allí acabó de fraguar su popularidad. Todo el mundo le conocía por la calle, todos le saludaban, tal vez por eso de que era amable con todos, tal vez porque siempre ofrecía su ayuda sin preguntar.

Los políticos, los escritores, los actores, los cantantes, los presidentes, acaban por vivir siempre en nuestra memoria colectiva. Los vemos una y otra vez en documentales, en películas, los leemos en libros. Son inmortales.

Mi padre, como tantos otros padres, sólo fue un buen hombre. Vivirá mientras sus hijos y sus nietos le recuerden, no más allá. No habrá monumentos, no habrá libros ni películas sobre su vida, pero tampoco lo necesita. Él, como tantos buenos hombres y mujeres que ya fallecieron, es inmortal en cada uno de los buenos hombres y mujeres que nacerán y vivirán en adelante.

Cada vez que alguien realice una buena acción sin pedir nada a cambio, cada vez que alguien pierda su tiempo en una asociación para hacer algo por los demás, ya sea una asociación de vecinos o para colaborar con enfermos de cualquier índole, cada vez que alguien, desde su ventanilla de funcionario, nos dedique una sonrisa y una palabra, pese a no ser su obligación, mi padre vivirá, y con él tantos otros que una vez murieron siendo, nada más y nada menos, unas buenas personas.

Gracias Papá. Te veré en el cielo.

Ezequiel J. Teodoro Fernández
 

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