Me declaro, una vez más, un
autodidacto que sigue siendo lector empedernido de los
artículos que nos dejó el maestro Fernando Lázaro
Carreter en dos libros memorables: ‘El dardo en la
palabra’ y ‘El nuevo dardo en la palabra’. Ambos situados en
sitio preferente de los anaqueles de mi modesta biblioteca.
Con el fin de evitar, en la medida de lo posible, “no
desalojar el significado castellano para hacer decir a los
vocablos lo que no dicen”.
Por tal motivo, cuando he oído y leído que Juan Vivas
ha cesado a José Antonio Rodríguez Gómez, consejero
de Gobernación, he pegado un respingo. Y es que, por más que
lo intento, no me entra en la cabeza que algunos
informadores yerren a conciencia usando el verbo equivocado.
Porque sí. Porque a ellos -y a ellas, perdón- les desagrada
el vocablo destituir. Se les ha atragantado, quizá por ser
transitivo, y andan colados por cesar. Que, siendo
intransitivo, es el que corresponde adjudicar a una persona
que ha decidido dejar su empleo o su cargo a voluntad
propia; bien por edad, enfermedad o porque estaba hasta los
mismísimos de soportar al jefe de turno o a la vecina del
quinto. Vaya usted a saber.
Al grano: José Antonio Rodríguez ha sido destituido en toda
regla. Lo cual se veía venir. Por lo tanto, la destitución
de Rodríguez, esperada por mí, no me ha causado ningún
sobresalto. A Rodríguez, aunque con buenas palabras y la
mesura que le caracteriza, Vivas le ha dicho que había
llegado la hora de que renunciara a su cargo de consejero de
Gobernación. Que se diera ya por despedido. Y que hiciera el
favor, por el bien de la causa y del suyo propio, quiero
decir por el bien del aún diputado Rodríguez, de pirarse
contento y guardando un silencio respetuoso. A cambio, le
prometía que el motivo del despido iba a ser aireado
eufemísticamente. Y así ha sido.
Veamos: a Rodríguez Gómez, según versión oficial, se le pone
de patitas en la calle “por cuestiones de oportunidad y
conveniencia”. A causa de “determinadas disfuncionalidades
en los servicios y tensiones con los representantes
sindicales del área”. Toma del frasco, Carrasco. Que hubiera
dicho, de estar entre nosotros, mi admirado Jaime
Campmany.
Yo tuve la oportunidad de tratar a JAR durante una
temporada. Y pude comprobar, en ese espacio de tiempo, que
el hombre disfrutaba de la suerte de tener como mentor a
Pedro Gordillo. Quien sólo le pedía lealtad y que, de
vez en cuando, lo paseara en moto por la ciudad. Así que
todo le fue viento en popa mientras la cosa transcurría por
esos cauces. A pesar de que Rodríguez era cortito como
político. Si bien ponía todo el empeño del mundo en mostrar
sus conocimientos callejeros. Y así lo destaqué en
ocasiones. Me consta, sin embargo, que Gordillo le recriminó
varias veces a Rodríguez sus malas junteras. Y por ahí
comenzaron a distanciarse. De cualquier manera, yo ya sabía
desde el 14 de septiembre pasado, que el consejero de
Gobernación iba a ser destituido. Y lo sabía de buena tinta.
Pero cumplí mi palabra de no decir ni pío del asunto.
El lunes pasado, y sin ánimo de presumir, también pude
adelantar que Rodríguez iba a sentir en sus propias carnes
el mismo trato recibido por Gordillo: su mentor. Pero me
abstuve por el bien de la institución. A partir de ahora,
mis respetos para el consejero destituido. Por lo del árbol
caído...
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