He escrito de él en ocasiones.
Menos de las que merecía el personaje, desaparecido hace ya
la friolera de 28 años. En cuanto me veía alicaído, Pepe
Jiménez “Bigote” hacía uso de la chistera de su larga
vida y no dudaba en sacar de ella anécdotas que por
sorprendentes, y bien contadas, me iban suavizando el ceño.
Y, sobre todo, lograban cambiarme la faz. Porque tener
arrugado el entrecejo mucho tiempo es signo inequívoco de
mala educación.
Bigote, curtido en mil batallas para poder comer en aquella
España de posguerra en la que el hambre reinaba con luz
propia por doquier, era capaz de contar pasajes vividos,
revestido de una seriedad serena y sin el menor asomo de
impostura. Bigote tocaba las palmas y hasta se cantaba y se
bailaba lo justito. Así que actuó un tiempo con Rafael
Farina. El Beni de Cái, que también había acudido a
Madrid a ganarse los “grabieles”, no dudó en pedirle a
Bigote que le acompañara en sus fiestas nocturnas. Y de lo
que le había ocurrido en ellas, extraía mi amigo historietas
que, cuando me las contaba, me devolvían la alegría que
cualquier contratiempo hubiera podido cercenar.
Lo que le sucedió con Ava Gadner, en cuanto salía a
relucir me desataba tal risa que me veía obligado a tener
que sujetarme la botarga con las manos. Era empezar la
narración, Pepe Jiménez “Bigote”, enorme contador de cosas,
y olvidárseme ya todas mis tribulaciones. Ocurrió que una
noche, Beni, Ramón Vélez -bailaor- y Bigote fueron
contratados para divertir a la actriz estadounidense, en un
local cerrado para ellos. A la actriz, tan caprichosa como
conocida en aquellas noches madrileñas de juergas flamencas,
no le hizo el menor tilín la presencia de Bigote. Desde el
primer momento se dirigió a él para tildarle de feo. Y
Bigote, que era de armas tomar, prefirió abandonar la escena
antes de dar el espectáculo.
Cuando llegaron Beni y Ramón a la pensión, despertaron a
Bigote para comunicarle que, como buenos amigos que eran,
procederían a repartirse las quinientas pesetas de la época,
que la diva les había pagado por distraerla. Inmediatamente,
Bigote puso encima de la cama otras quinientas pesetas, ante
la extrañeza de ambos. Y les explicó que se había tomado el
atrevimiento de coger del bolso de la actriz la cantidad que
él consideraba que podía saldar la deuda por la ofensa que
le había inflingido la Gadner. Era una gozada, créanme,
oírle contar a mi amigo el relato. Y, desde luego, había que
estar siempre muy atento a sus consejos. Cuando me veía muy
crecido, debido a un éxito pasajero, trataba de devolverme a
la realidad.
-Mira, Manolo, me decía: A ti no te caben los cojones
entre las piernas; y eso hace tu desgracia porque te
envidian todos... Hay que llevar un ten con ten y ser más
jesuita.
Debo recordar que Pepe Jiménez ‘Bigote’ era un lector
compulsivo, y se le notaba el sustrato que anidaba en su
interior.
Lo contado, puede interesarles, creo yo, a varias de las
personas que están subidas actualmente en el pináculo de la
fama. Personas de aquí. De Ceuta. Así que les vendría muy
bien que alguien les recordara lo de a ustedes no les caben
los cojones entre las piernas... Claro que, para ese
menester, harían falta varios Pepe Jiménez ‘Bigote’. Y no
vulgaridades que aconsejan a la baja y yerran casi siempre.
|