El martes pasado, es decir, la
víspera de la huelga general, caminaba yo hacia la playa de
Benítez, a hora en que la tarde estaba tocando ya a su fin,
cuando una caravana de coches, ondeando banderas
sindicalistas y haciéndose notar por medio de cláxones que
ululaban desconsideradamente, procedente de los almacenes
Eroski, circulaba hacia el centro de la ciudad.
De repente, una voz se alzó por encima del estrépito, para
decirme: “Manolo, mañana no se puede ni pasear al
perro”. Miré rápidamente hacia la dirección del mensaje y me
encontré con la agradable sorpresa de comprobar que era
Luismi quien se había dirigido a mí.
Luismi es el hipocorístico (para quienes no lo sepan,
hipocorístico significa nombre abreviado o deformado con
intención afectiva) de Luis Miguel de Juan: periodista de
una gran formación, con quien tuve la suerte de compartir
tarea en un medio local, durante varios años, y del que
guardo un grato recuerdo.
Luismi fue redactor jefe y hasta dirigió el periódico cierto
tiempo. Y lo hizo con buen talante. De manera que bien
pronto se ganó el respeto y el afecto de quienes
compartíamos con él el trabajo diario. Pero, pasado un
tiempo, Luismi comenzó a dar muestras de que no le gustaba
el periodismo. Así que un buen día, hablando con una hermana
suya, supe que su deseo hubiera sido hacer la carrera de
medicina antes que la de periodista. Mas por razones que no
vienen al caso explicar, se tuvo que conformar con
licenciarse en Ciencias de la Información.
Las ideas políticas de Luismi eran claras: era un hombre de
izquierda. Tan de izquierda que se bebía los vientos por el
sindicato de la UGT. Y no tenía el menor inconveniente en
defender cualquier causa concerniente a ese sindicato de
clase. Llegado su momento, el sindicato creyó conveniente
ofrecerle un puesto burocrático. Y Luismi, que estaba del
periodismo hasta las narices, aceptó el empleo y en él lleva
ya un mundo, cumpliendo a rajatabla con sus obligaciones.
La presencia de Luismi en uno de los coches que componían la
caravana de los piquetes informativos no chirriaba. Puesto
que Luismi estaba en su ambiente. Y, además, dando muestras
de alegría y de saber estar.
Una vez que Luismi había llamado mi atención, gocé de la
oportunidad de ver que en otro coche iba Blanca Gómez.
Al parecer, secretaria del sindicato de Comercio y Turismo
del sindicato ugetista. Iba ella, Blanca Gómez, toda
alborozada. Entusiasmada hasta el último capilar de su
cuerpo juncal. Y enarbolando una bandera sindicalista con la
misma prestancia que se le hubiera podido atribuir a La
Pasionaria, en su día.
Blanca Gómez, con mando en plaza en el Hotel Tryp, es mujer
que ha sabido ir de la derecha a la izquierda sin el menor
reparo. A ese cambio, legítimo, por supuesto, se le llama
evolución. Una evolución que poco a poco le va sirviendo
para que el director del hotel, José Ávila, vaya
perdiendo atribuciones y empiece a verse relegado.
La ambición, quiero decir el derecho a medrar, es muy
respetable. Ahora bien, Gómez tiene un problema: que no será
aceptada por la mayoría de los trabajadores del Hotel Tryp.
Y, aunque el director se esté dejando pisar su terreno,
tengo la impresión de que BG no conseguirá su objetivo. Es,
simple y llanamente, una corazonada.
|