Solo hay una cosa en la que coincido con los sindicalistas,
su condena a cualquier empresario que intente coaccionar la
libertad de un trabajador que decida secundar la huelga. A
partir de ahí, discrepancias y esperpentos. Lo primero de
todo, las vastas dosis de voltaje que genera un sindicalista
(cuanto más viejo, más peligroso) encaramado a uno de los
puestos de responsabilidad en su lobby, enchufando todo lo
que encuentra, incluso retocando oposiciones. Por supuesto,
habrá sindicalistas honrados, e incluso los habrá que voten
en secreto a la derecha incapaces de traicionar a su
conciencia, pero no abundan y, menos, entre los sindicatos
mayoritarios que, añorando tiempos pretéritos y excusas de
movilización, inventan videos de pésima creación que
alientan a un doberman socialista que todavía late pero que
ha menguado a un caniche que ladra mucho y que muerde poco.
Esta huelga solo gusta a los liberados que se reliberan, se
visten de Robin Hood y, con grandes dotes de compañerismo,
mantienen la paga del día. Sin embargo, no creo que
funcionarios hipotecados, padres o coleccionisas de
cualquier capricho, les interese mucho perder 60 euros de
sopetón, cuando el Gobierno ya les mete picotazos mensuales.
Tampoco parece lógico que un mileurista se dé el gusto de
reivindicar lo que debería haberse reivindicado en las urnas
hace un par de años. Los sindicalistas de barba y chaqueta
de pana son una fuerza anquilosada, que ha pasado a la
tercera edad, incapaces de modernizarse y con unos músculos
y una piel reblandecidos. La sociedad de hoy requiere
iniciativa, positivismo, apoyo al empresario y no lamentos.
Astutos como un felino, los piquetes atacan al Madrid de
Esperanza Aguirre, una de las personas que ya ha superado
las épocas tabernarias de España, de cuando los sindicatos
engordaban su parasitismo a base de panfletos y amenazas
(desgraciadamente, todavía siguen comiendo del erario
público). Hoy en día, las cavernas, los doberman y los
piquetes ya no engañan a nadie, precisamente, porque gracias
a los empresarios y su valentía, España es un país europeo
al que estorban la calaña política y sus satélites.
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