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OPINIÓN - JUEVES, 30 DE SEPTIEMBRE DE 2010

 
OPINIÓN / POLITICAMENTE INCORRECTO

Parásitos

Por Luis Parodi


Solo hay una cosa en la que coincido con los sindicalistas, su condena a cualquier empresario que intente coaccionar la libertad de un trabajador que decida secundar la huelga. A partir de ahí, discrepancias y esperpentos. Lo primero de todo, las vastas dosis de voltaje que genera un sindicalista (cuanto más viejo, más peligroso) encaramado a uno de los puestos de responsabilidad en su lobby, enchufando todo lo que encuentra, incluso retocando oposiciones. Por supuesto, habrá sindicalistas honrados, e incluso los habrá que voten en secreto a la derecha incapaces de traicionar a su conciencia, pero no abundan y, menos, entre los sindicatos mayoritarios que, añorando tiempos pretéritos y excusas de movilización, inventan videos de pésima creación que alientan a un doberman socialista que todavía late pero que ha menguado a un caniche que ladra mucho y que muerde poco. Esta huelga solo gusta a los liberados que se reliberan, se visten de Robin Hood y, con grandes dotes de compañerismo, mantienen la paga del día. Sin embargo, no creo que funcionarios hipotecados, padres o coleccionisas de cualquier capricho, les interese mucho perder 60 euros de sopetón, cuando el Gobierno ya les mete picotazos mensuales. Tampoco parece lógico que un mileurista se dé el gusto de reivindicar lo que debería haberse reivindicado en las urnas hace un par de años. Los sindicalistas de barba y chaqueta de pana son una fuerza anquilosada, que ha pasado a la tercera edad, incapaces de modernizarse y con unos músculos y una piel reblandecidos. La sociedad de hoy requiere iniciativa, positivismo, apoyo al empresario y no lamentos. Astutos como un felino, los piquetes atacan al Madrid de Esperanza Aguirre, una de las personas que ya ha superado las épocas tabernarias de España, de cuando los sindicatos engordaban su parasitismo a base de panfletos y amenazas (desgraciadamente, todavía siguen comiendo del erario público). Hoy en día, las cavernas, los doberman y los piquetes ya no engañan a nadie, precisamente, porque gracias a los empresarios y su valentía, España es un país europeo al que estorban la calaña política y sus satélites.
 

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