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OPINIÓN - JUEVES, 30 DE SEPTIEMBRE DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Acuerdo tácito
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La cena entre varios matrimonios conocidos transcurría entre bromas y veras. La fiesta era de dulce y la temperatura invitaba a mirar, de cuando en cuando, hacia arriba para recrearse en el cielo de un otoño que tenía todas las trazas de estar inmerso en el llamado Veranillo de San Miguel, o bien Veranillo del Membrillo o de los Arcángeles, que dicen por otros pagos.

Los primeros vinos comenzaron a dar de sí, en la mejor versión del hecho, y los comensales principiaron a conversar sacando a relucir lo mejor del repertorio de cada cual. Eso sí, en la mesa reinaba una especie de acuerdo tácito por el cual se eludía despellejar a nadie. Magnífica postura que pocas veces encuentra acogida en reuniones donde lo habitual es poner a alguien como chupa de dómine. Aunque entre los contertulios se permitió, faltaría más, llevarse la contraria y hasta recordarse los defectos de cada uno. De no haber sido así, la charla hubiera carecido de interés.

Entre esos conocidos, uno que ha ganado buena fama de acaparador de la opinión, estuvo sometido a un marcaje estrecho por parte de otro de los participantes que tampoco le va a la zaga. Una situación que me vino de perilla. Pues me permitió comer más y hablar menos y, sobre todo, repartir miradas a voleo por el magnífico escenario donde nos hallábamos.

Salieron a relucir cuestiones políticas. No sé si fue antes, durante la cena o en la sobremesa; aunque el orden no altera el producto. Y alguien comentó que lo primordial de un político es la honestidad. Dado mi silencio, se me pidió que dijera algo al respecto. Y accedí:

-Antes de un político se decía que era honrado cuando procedía rectamente, con hombría de bien e integridad. Ahora se le llama honesto a lo que antes era decoroso, recatado, pudoroso. Yo sigo prefiriendo el vocablo honrado. Por más que el diccionario acepte la palabra honesto para designar a las personas que no se apropian de los dineros ajenos.

Se habló de las oposiciones. De las dificultades que entrañan. Y otro de los comensales, sin cortarse lo más mínimo, se expresó así:

-Antes, las oposiciones eran instrumentos de tortura acompañados de cabronadas. Hoy casi no existen: se suele entrar a dedo en los sitios.

-Dedo. Persona con influencia que te coloca, generalmente en tu población, sin que tengas que dejar tu casa e irte a los Chirlos mirlos.

Al citar de memoria la definición de dedo, que viene en el ‘Diccionario del español eurogilipuertas’, cuyo autor es Luis Díez Jiménez, me sentí tan satisfecho que di al traste con el pacto sobreentendido, mencionado en el segundo párrafo, acerca de que nos estaba prohibido hablar mal de nadie en concreto. Pero reconozco que no pude aguantarme y puse el siguiente ejemplo:

Juan Luis Aróstegui (político, sindicalista, profesor, director de instituto, jugador consagrado (!) de fútbol sala, socio de honor del ‘Club Natación Caballa’ –de gañote- y no sé cuántas cosa más) es quien más ha usado su dedo en esta ciudad con la autoridad suficiente como para poder darse pote de haber colocado a la mitad de la plantilla que hay trabajando en el Ayuntamiento.

Un clientelismo por el cual habría suspirado, sin duda alguna, el mismísimo conde de Romanones. Los compañeros de mesa, debo decirlo, no me dijeron ni pío.
 

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