Salir en negrita en este espacio,
como dice alguien a quien aprecio muchísimo, gusta tanto
como disgusta a los que se ven nominados de tal manera.
Cuando el negro es elogioso, los agraciados llegan a creerse
a pie juntillas que el escribidor se ha quedado corto en los
ditirambos. Y suelen sacar pecho por doquier. Cuando sucede
lo contrario, las cosas cambian de manera que uno ya sabe
que será motivo de malévolos comentarios.
Yo entiendo que la letra negrita llama demasiado la
atención. Vamos, que es llamativa. Por lo cual destaca
sobremanera en el texto. Motivo suficiente para que a los
lectores se les venga a la vista cuanto antes los nombres
enlutados que aparecen en la columna.
Personalizar en una columna, y además darle color al nombre
de la persona a la que hacemos referencia, con el fin de
ponerla en el centro de la atención, no es tarea fácil.
Sobre todo en las ciudades pequeñas. En las que, cinco
minutos después de salir el periódico a la calle, me puedo
encontrar con quien ya me está esperando para mirarme de
arriba abajo y decirme impropios entre bisbiseos. Situación
ésta que, salvo rara excepción, no suele darse en las
grandes urbes.
Por mor de mi costumbre de poner los nombres en negritas,
casi desde que empecé a emborronar cuartillas, yo he ido
ganándome enemigos a mansalva. Mientras que los beneficiados
por las negritas, en cuanto un día se vieron criticados,
torcieron el hocico y también se pusieron a mirarme de
manera atravesada. Con lo cual nunca he dejado de estar en
el ojo del huracán de la opinión pública.
Decir a estas alturas que a mí no me importa lo que piense
la gente de mí, sería jugar de farol. Pues a todos nos gusta
que de nosotros se tenga la mejor impresión. Aunque mentiría
si no dijera que me trae al pairo el que se despotrique
contra mi manera de escribir. Y, mucho menos me preocupa que
haya políticos que, en cuanto no se ven reflejados en este
espacio como ellos quisieran, prueben a desairarme. Pues a
mi edad yo presumo de tener una entereza espartana para
combatirlos.
Los políticos deberían haber asumido ya que están tan
expuestos a las críticas como a la gripe. De lo contrario,
sobran como personas dedicadas a una actividad pública. A
las que conviene exigirles, entre otras muchas cosas, que
sepan encajar las opiniones adversas, con el temple
requerido.
Días atrás dediqué una columna a varias mujeres del PP, con
el fin de que entendieran que no deben dormirse en los
laureles. Mujeres que, en muchas otras ocasiones, habían
recibido por parte mía los halagos consiguientes. Halagos
que sirvieron para que contrarios a las siglas, y a la
gestión de ellas, me pusieran verde en esos foros donde los
muy cobardes insultan sin dar la cara. Y para más INRI, en
bastantes ocasiones, con faltas de ortografías gloriosas.
Pues bien, a esas mujeres del PP, que aprovecharon una noche
de alegría para quejarse ininterrumpidamente del trato que
yo les había dado, debo decirles que yo no acostumbro a
contar chistes. Que yo me limito a observar al gobierno e
informar de los hechos.
Y los hechos son tozudos: o ustedes cogen el paso o
terminarán saliendo de la fila. Así que en vez perder el
tiempo en ponerme verde, lo que deben hacer es enmendar
conductas.
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