El viernes pasado, debido a la
celebración del día de la Virgen de La Merced, Patrona de
las Instituciones Penitenciarias, acudí al centro de Los
Rosales dispuesto a disfrutar de ese momento en el cual se
les entrega a funcionarios y personas vinculadas de algún
modo a la prisión, premios merecidos por sus actuaciones y
comportamientos destacados, que tanto bien hacen a quienes
están privados de libertad.
Confieso que me siento la mar de bien cuando observo esa
mezcla de entusiasmo emocionado con la que los galardonados
suelen acudir a recoger el objeto que certifica que un día
alguien, en este caso el consejo de la Dirección de Los
Rosales, valoró en gran medida el trabajo que vienen
realizando.
No me extraña, pues, que Mónica Ortega haya declarado
que, como voluntaria, está “enganchada” a la prisión. Y es
que la labor de MO consiste en hacer que las reclusas pasen
un tiempo entretenidas y aprendiendo cosas, para evitar que
los mengues se les metan en la cabeza. Ortega recogió su
premio revestida de una ilusión contagiosa, que a mí me
produjo tilín.
Carmen Barranco, también con la sonrisa de la
felicidad del premiado, bailándole en la comisura de sus
labios, aprovechó la ocasión, y muy bien que hizo, para
reivindicar más medios de atención y cuidados para la
asociación presidida por ella.
María Francisca Pardo se aguantaba la emoción,
dándole rienda suelta a su inconfundible risa nerviosa,
porque, de repente, se dio cuenta de que había llegado a Los
Rosales con la edad en la boca y ahora, cuando es ya madre,
se acuerdan de ella sus compañeros para reconocerle que
sigue haciendo de la alegría y el dinamismo, armas
imprescindibles para lograr cometidos que han sido altamente
apreciados.
Juan Antonio Valencia trataba por todos los medios de
que no se le notara su turbación. Y es que los educadores
saben muy bien dominar sus emociones. Eso sí: aquí cabe
decir que la procesión iría por dentro.
“Estoy en contra de la jubilación. Lo que mantiene vivo a un
hombre es tener algo que hacer. Estar sentado en una
mecedora, la caza o la pesca no son, con mucho, tan
divertidos como el trabajo”. No sé quién es el autor de esta
cita. Pero bien pudo ser Manuel Jiménez: funcionario que,
gracias a la aprobación por parte del Delegado del Gobierno
y el director de la prisión, pudo prorrogar su servicio
activo dentro de la institución penitenciara. Y puedo dar fe
que Manuel Jiménez estuvo más alegre que unas
castañuelas antes, durante y después de recibir su premio.
Agustín Castro, cuando era un chaval que trataba de
poner en orden sus ideas, jugaba muy bien al fútbol. Era
futbolista aficionado. Mas un día se acercó al Murube con su
equipo para jugar un partido amistoso contra la Agrupación
Deportiva Ceuta, de la que yo era su entrenador. A la semana
siguiente, Agustín Castro ya formaba parte del equipo
titular en Segunda División. El viernes, además de recordar
aquellos momentos, Castro, acompañado por su mujer y sus
hijos –una niña preciosa y un niño que deja ver ya cierto
aire de galán-, recibió una prueba de gratitud por sus 25
años dedicados a una tarea en la que el lado ingrato está
siempre al acecho. Los premiados, incluidos ‘El Faro’ y ‘El
Pueblo de Ceuta’, han de seguir en la misma línea de entrega
por el bien del centro penitenciario.
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