Fue ayer, cuando me dio por
contar, aunque de manera sucinta, la alegría que me causó
haber compartido una hora de charla con José Fouto
Carvajal: el emeritense que consiguió ascender al equipo
de su tierra a Primera División y mantenerlo en la categoría
un tiempo imprevisto, dada la modestia del club.
Durante la charla que mantuvimos, de una informalidad donde
las anécdotas más dispares daban a la risa todo el
protagonismo, mentiría si no dijera que los recuerdos se me
agolpaban a la par que luchaban briosamente con el fin de
situarse cada uno en primera línea de salida. Así, y en
vista de mi condición de contador de cosas, hube de echar
mano de mi contención verbal, para no acaparar la atención
del momento ante alguien que, entre otras cosas, puede
presumir de innumerables vivencias.
Fouto Carvajal estuvo acompañado por su hijo y por un amigo
y empleado, y lo primero que hizo es ponerles al tanto, así
por encima, de cómo me contrató como entrenador, mediada la
década de los setenta, y de qué manera fue posible que
nuestras relaciones deportivas duraran tres temporadas.
JFC era un directivo muy joven, por aquellos entonces, y yo
acababa de pasar un calvario futbolístico en Mallorca. Fouto
aún no era presidente, pero mandaba en el club tanto o más
que lo haría al año siguiente cuando fue elegido para regir
los destinos del Mérida. Con él pasé tres temporadas
fantásticas. En principio, debo decir que me dio coba para
que me hiciera cargo de un equipo que ocupaba el último
puesto de la clasificación y con una plantilla de veteranos
a punto de jubilarse. Algunos de ellos, veteranos ilustres,
como eran los casos de Luciano Sánchez Rodríguez, “Vavá”,
Chacón, Marín, Boni, Sáez, y otros futbolistas más ya
sumidos en la decadencia. En mayor o menor medida.
De aquel momento, es decir, de mi llegada a Mérida, lo que
aún no se me ha olvidado es la mirada afligida del
entrenador a quien hube de sustituir. Su tristeza infinita.
Era Santiago Núñez Sánchez. Ex jugador del Sevilla y
Recreativo de Huelva y un entrenador con una hoja de
servicio que para mí la hubiese querido yo.
De aquel Santiago Núñez, entrenador del Cádiz, que vibraba
en el banquillo, de personalidad recia y grandes
conocimientos del oficio que hacían posible que sus
jugadores se le entregaran absolutamente, quedaba ya un
hombre acabado. Sin recursos. Defraudado por el tiempo y por
la edad. A quien no supiera de él, de su pasado, seguramente
le habría sido imposible creerse la fama que Núñez había
atesorado en el fútbol español.
Fue aquel día en Mérida, y viendo el momento que vivía
Santiago Núñez, a sus 76 años, cuando entendí perfectamente
que hay situaciones por las que la vida no debería hacernos
pasar. Recuerdo que Santiago y yo hablamos lo justo. Y que
nos estrechamos la mano de verdad. Porque Núñez, todo
temperamento, se esforzaba por dar la mano con el vigor que
la había tendido siempre.
Con vigor sigue dando la mano Fouto Carvajal. Y viéndole,
después de no haberlo hecho en persona, durante años, se me
ha venido a la memoria lo siguiente: Cuánto habría dado yo
por ver a José Fouto, en su época dorada de presidente del
Mérida, compartiendo amistad con el infortunado Juan
Gómez, “Juanito”. Juan era un hombre de una
pieza. Y José Fouto sigue siéndolo.
|