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OPINIÓN - SÁBADO, 18 DE SEPTIEMBRE DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

José Fouto Carvajal
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Fue ayer, cuando me dio por contar, aunque de manera sucinta, la alegría que me causó haber compartido una hora de charla con José Fouto Carvajal: el emeritense que consiguió ascender al equipo de su tierra a Primera División y mantenerlo en la categoría un tiempo imprevisto, dada la modestia del club.

Durante la charla que mantuvimos, de una informalidad donde las anécdotas más dispares daban a la risa todo el protagonismo, mentiría si no dijera que los recuerdos se me agolpaban a la par que luchaban briosamente con el fin de situarse cada uno en primera línea de salida. Así, y en vista de mi condición de contador de cosas, hube de echar mano de mi contención verbal, para no acaparar la atención del momento ante alguien que, entre otras cosas, puede presumir de innumerables vivencias.

Fouto Carvajal estuvo acompañado por su hijo y por un amigo y empleado, y lo primero que hizo es ponerles al tanto, así por encima, de cómo me contrató como entrenador, mediada la década de los setenta, y de qué manera fue posible que nuestras relaciones deportivas duraran tres temporadas.

JFC era un directivo muy joven, por aquellos entonces, y yo acababa de pasar un calvario futbolístico en Mallorca. Fouto aún no era presidente, pero mandaba en el club tanto o más que lo haría al año siguiente cuando fue elegido para regir los destinos del Mérida. Con él pasé tres temporadas fantásticas. En principio, debo decir que me dio coba para que me hiciera cargo de un equipo que ocupaba el último puesto de la clasificación y con una plantilla de veteranos a punto de jubilarse. Algunos de ellos, veteranos ilustres, como eran los casos de Luciano Sánchez Rodríguez, “Vavá”, Chacón, Marín, Boni, Sáez, y otros futbolistas más ya sumidos en la decadencia. En mayor o menor medida.

De aquel momento, es decir, de mi llegada a Mérida, lo que aún no se me ha olvidado es la mirada afligida del entrenador a quien hube de sustituir. Su tristeza infinita. Era Santiago Núñez Sánchez. Ex jugador del Sevilla y Recreativo de Huelva y un entrenador con una hoja de servicio que para mí la hubiese querido yo.

De aquel Santiago Núñez, entrenador del Cádiz, que vibraba en el banquillo, de personalidad recia y grandes conocimientos del oficio que hacían posible que sus jugadores se le entregaran absolutamente, quedaba ya un hombre acabado. Sin recursos. Defraudado por el tiempo y por la edad. A quien no supiera de él, de su pasado, seguramente le habría sido imposible creerse la fama que Núñez había atesorado en el fútbol español.

Fue aquel día en Mérida, y viendo el momento que vivía Santiago Núñez, a sus 76 años, cuando entendí perfectamente que hay situaciones por las que la vida no debería hacernos pasar. Recuerdo que Santiago y yo hablamos lo justo. Y que nos estrechamos la mano de verdad. Porque Núñez, todo temperamento, se esforzaba por dar la mano con el vigor que la había tendido siempre.

Con vigor sigue dando la mano Fouto Carvajal. Y viéndole, después de no haberlo hecho en persona, durante años, se me ha venido a la memoria lo siguiente: Cuánto habría dado yo por ver a José Fouto, en su época dorada de presidente del Mérida, compartiendo amistad con el infortunado Juan Gómez, Juanito”. Juan era un hombre de una pieza. Y José Fouto sigue siéndolo.
 

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