Hay días en los que uno sale a la
calle sin pretensión alguna; es decir, a cubrir el
expediente del callejear, y resulta que se lo pasa bien. Muy
bien. Es lo que me sucedió el miércoles. O sea, anteayer.
Todo comenzó en el despacho del editor de este periódico.
Cuando fui a verle. Puesto que llevamos una temporada en la
cual apenas podemos hablar como antes. Porque a sus tareas
empresariales, José Antonio Muñoz ha asumido este año
la de ser presidente de la Asociación Deportiva Ceuta. Y
apenas le queda tiempo ni para mirarse al espejo.
Tarea, la futbolística, que exige tantas obligaciones como
asimismo dominio de la situación. De lo contrario, los
nervios pueden hacer mella en el dirigente. No olvidemos que
el fútbol genera estados de ánimos cambiantes y hay que
procurar por todos los medios ponerse en el lugar de la
persona que está tan comprometida con regir los destinos de
un club con aspiraciones de ascender de una vez por todas a
Segunda División A.
Digo que el día empezó bien, debido a la alegría que
mostraba José Antonio Muñoz por algo tan especial como es el
casamiento de un hijo. Una hija, en este caso. Y, claro, el
casamiento de Inma, aparte de los nervios lógicos para que
todo lo concerniente a la celebración salga a pedir de boca,
me ha permitido también darme cuenta de la enorme
satisfacción con la que José Antonio está viviendo el
acontecimiento.
Así que quedamos Muñoz y yo, tras un intercambio de
impresiones, en vernos en la barra del Hotel Parador La
Muralla, una hora más tarde de la una. Y allí estuvimos
acompañados por conocidos que se fueron sumando para
compartir el aperitivo. José Manuel Doncel, consejero
de Fomento, entre ellos.
La conversación trascurría animada y las anécdotas se
sucedían. Con lo cual se creó un ambiente distendido donde
ninguna impertinencia ni salida de tono tenían cabida. El
presidente de la Asociación Deportiva Ceuta, a pesar de su
tan cacareada frialdad, dejó entrever el entusiasmo que le
produjo que uno de los reunidos hiciera de pitoniso: “El
Real Madrid será el equipo que nos toque en el próximo
sorteo de la Copa del Rey”.
En esas estábamos, cuando aparecieron en el establecimiento
las autoridades locales acompañando al secretario de Estado
para el Deporte, Jaime Lissavetzky. José Antonio
Muñoz saludó a Juan Vivas y yo aproveché la ocasión
para estrecharle la mano al presidente de la Ciudad. Y lo
noté distante. Como deseando desembuchar cierto malestar
contra mí. Pero bien pronto, apenas apuré un vino de Rioja,
me olvidé de lo que había intuido al saludar a Vivas. Máxime
cuando este periódico comprende que hay momentos en los que
conviene ayudar a levantarle la moral al hombre que lleva
rigiendo los destinos de la ciudad, tan acertadamente y
durante tantos años.
Luego, cuando la tarde estaba crecida, procedimos a comer. Y
otra vez la alegría presidió la mesa. Y, de pronto, me
dijeron que iba a tener la oportunidad de darle un abrazo,
después de muchísimo tiempo, a José Fouto Carvajal:
el presidente que hizo posible que el Mérida fuera varias
temporadas equipo de Primera División. Y a quien tuve de
presidente, en sus primeros años, siendo yo entrenador del
equipo emeritense, tres temporadas. Le acompañaba José
Fouto Galván, su hijo. Día completo, pues.
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