En la salita donde escribo, frente
por frente a mi mesa de operaciones, hay una pared de la que
penden algunas sentencias, dos o tres frases hechas y varios
proverbios que me han parecido que debo tener siempre muy a
la vista. Existe un consejo acerca de la ira. Y reza así:
“Saber manejar la ira. Frente a la ira, cuenta hasta cien.
Lo ideal es no hacer de forma inmediata lo que le pide a uno
el cuerpo, pero sí escuchar y respetar lo que le dice el
cuerpo”.
Y a fe que he contado hasta cien, después de haber leído lo
escrito por Ignacio Sotelo en ‘El País’, bajo el
título de “Recomponer las relaciones con Marruecos”. Y me he
dicho, atendiendo al deseo del mensaje, trataré de calmarme
volviendo a leer lo que Sotelo, propietario de una enorme
masa gris, piensa que España debe hacer con Ceuta y Melilla.
Y por más que he tenido la fuerza de voluntad de contar
nuevamente cien, he terminado por escuchar y respetar lo que
me pedía el cuerpo. Y el cuerpo, sin duda alguna, me pedía
que me acordara de todos los... antepasados de un Sotelo
licenciado en tantas cosas como para que uno piense que es
un tonto de muchos quilates.
-Oiga usted, ¿cómo se atreve a llamarle tonto a un señor que
es politólogo, ensayista, escritor, catedrático de
Sociología, y mil cosas más y que cuenta con más títulos que
juntos tienen Madrid, Milán Inter y Barcelona? Lo suyo es de
una osadía ilimitada.
-Lleva usted razón, amigo, así que cambiaré mi primera
opinión y daré esta otra: Sotelo me parece a mí que es un
tonto con muchos títulos. Porque a estas alturas de la vida,
hay que ser tonto de baba para, esgrimiendo como cobertura
un prestigio académico, escribir lo que ha escrito de dos
ciudades españolas que bastante tienen con defenderse de las
tarascadas del reino de Marruecos, a cada paso, como para
que él venga a echarle leña al fuego.
Si bien es cierto, todo hay que decirlo, que los tontos han
tenido siempre fama de no ser ni buenos ni agradecidos. Y,
desde luego, los tontos con muchos estudios, muchas
licenciaturas y demás cenefas al respecto, son además
peligrosos. Porque hay que ser un individuo peligroso para
desdeñar la historia y proclamar que Ceuta y Melilla, de
aquí a veinte años, deberán ser entregadas a Marruecos.
Lo escrito por Ignacio Sotelo a favor de que, de una vez por
toda, Ceuta y Melilla dejen de pertenecer a España, no deja
de ser un acto de un necio antiespañol, mírese por donde se
mire. Pero de un antiespañol, como ya dije antes, que tiene
la mala leche suficiente como para comparar la situación de
ceutíes y melillenses con la de los nacionalistas vascos y
catalanes. O sea, que Ignacio Sotelo mete en el mismo saco a
los patriotas deseosos de que la unidad española se mantenga
a todo trance, con la avidez de separación por parte de los
nacionalistas, debido a que odian todo lo que sea un modo de
vida diferente a la de ellos. Ignacio Sotelo, a partir de
este momento, pasa a engrosar, por méritos propios, la lista
de los individuos que se han atrevido a denigrar la forma de
vida de Ceuta y Melilla. En momentos delicados de una España
donde es fácil despertar la fobia de muchos peninsulares
contra ambas ciudades. Sotelo: es usted un tonto con balcón
a la calle. Es lo que le diría el maestro Burgos. Y,
naturalmente, se ha ganado usted el derecho a soportar la
mala uva que bien podría destilar Ussía contra su
persona. Por más que sea usted un tonto ilustrado.
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