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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 15 DE SEPTIEMBRE DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Rutinarias costumbres
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Durante mis vacaciones agosteñas, tan bien disfrutadas en el Hotel Parador La Muralla -no me canso de decirlo-, dejé de frecuentar a personas con las que llevaba compartiendo tertulias desde hacía varios años. Cierto es que durante dos o tres días eché de menos a los componentes de la reunión. Pero, pasado ese tiempo, casi imperceptible, comprendí lo conveniente que resulta alejarse de vez en cuando del lugar habitual de reunión y de sus componentes. So pena de caer en las “rutinarias costumbres”. De las que Luis Romero, escritor, llamaba siniestras y macabras.

Y a fe que LR llevaba razón. Pues conversar todos los días con las mismas personas y debatir con ellas cuanto acontece en una ciudad en la que todos, en mayor o menor medida, tenemos intereses creados, además de aburrido es también muy peligroso. Sobre todo para quienes nos empeñamos en seguir subidos en el carro de la libertad aunque asidos al final del mismo y con el consiguiente riesgo.

He dicho muchas veces que en las ciudades pequeñas hay que andarse con mucho tiento a la hora de expresar cualquier opinión relacionada con los que están gustosamente en el machito del poder político. Y mucho menos, sin duda alguna, referir alguna mala acción, incluso probada, cometida otrora por cualquiera de ellos.

Yo entiendo que el miedo es libre. Y que hay criaturas que han de mantenerse en sus puestos de trabajo más por irse de la lengua que por el rendimiento que ofrecen en el tajo. Si bien les convendría saber que el final de un cobarde es siempre antihigiénico: siempre hay alguien que termina ciscándose en él.

Pues bien, a mí los cobardes, es decir, los que están deseando que uno afee la conducta de cualquier político con mando para presentarse en el despacho del tipo elegido como escuchante y encargado de trasmitirle la denuncia al jefe, con la correspondiente tergiversación dañina, me producen náuseas.

Días atrás, en larga charla mantenida con una persona influyente en la ciudad, salió a relucir el tema de los varios chivatos que están a las órdenes de un personaje que basa su trabajo en recibir información en su despacho de lenguas viperinas para poder él apuntarse tantos ante su superior. Eso sí, la persona influyente no tuvo el menor reparo en decirme lo siguiente:

-El jefe, casi siempre, tras analizar lo que le ha dicho el oyente de los chivatos, sabe que el fulano sólo le sirve para tan desagradable menester. Y te puedo asegurar que en tales momentos siente un asco infinito hacia el individuo.

-Entonces, por qué no deja de prestarle la atención que le dispensa. –le pregunté.

-Porque en esta vida el poder requiere de individuos así. Son necesarios, aunque a ti te parezca mentira. Pues sirven, en todo momento, para desempeñar tareas de baja estofa. Ya que no tienen el menor escrúpulo en alimentar la cizaña para beneficio propio. Sin preocuparse lo más mínimo por el daño que puedan causar.

-Sigo sin entenderte....

-Ay, Manolo, estás tratando de sonsacarme para que yo te cuente el grueso de la cuestión. Y te juro que lo haría con sumo gusto. Pero ni puedo ni debo. A pesar de todo, te diré dos cosas: Una, de ti se tiene la mejor impresión; otra, procura no alimentar a quienes viven del soplo por sistema.
 

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