Ustedes ya saben que, esta
escribidora, no vive por ahora en Ceuta, sino que pululo
entre Málaga y los distintos Centros Penitenciarios que
tantas veces han sido sujeto de mis crónicas talegueras, con
incursiones al Bajo Ampurdán por el proyecto de la Fundación
Punset Maceín y en el futuro otro proyecto de Muestra en
Guernica también de la mano de mi comadre y amiga del alma,
la coleccionista Carmina Maceín.
Tal vez por mis diversas profesiones y ocupaciones he
conocido a muchas personas. Buenas y malas. Excelentes e
hijoputas. Santas y psicóticas. A infinidad de ellas les he
perdido la pista. Otras son amigas del corazón y en su
memoria permanecen. Y un tercer grupo es el constituido por
aquellos a quienes, el Universo, pone más de una vez en mi
camino y al hacerlo emite una señal luminosa y entrañable,
entonces, como todo hijo de vecino suelo decir lo de ¡Que
pequeño es el mundo!.
Y eso he exclamado al leer hace un par de fechas este Pueblo
de Ceuta y encontrarme, en la página de sucesos, con el
nombre de una linda chica morena, Xiomara Gutiérrez, con la
que coincidí en un dificilísimo tema de salud pública en
Chiclana. Ella como instructora, yo como letrada de una
pareja imputada, otros abogados defendiendo al mogollón de
detenidos, gitanos, payos y dominicanos. La instrucción fue
impecable, pese a la ingente cantidad de escuchas, la joven
jueza era una máquina trabajando y decían de ella que era
muy inteligente y muy curranta. Pero eso es lo de menos,
porque un juez puede ser listo y trabajador y después ser un
bicho y tener menos empatía que el lagarto verde del jabón.
Entonces, directamente, no sirve para juzgar, porque nadie
merece ser juzgado por un indigente en inteligencia
emocional.
Esperé antes de formarme una opinión. Y tuve que formármela
cuando la mujer de mi dominicano, también muy joven y de
ascendencia argelina, se presentó porque se encontraba en
busca y captura. ¡Cuánto miedo tenía la chica! Vino con su
bebé morenito de meses y no hacía más que preguntar si se lo
podía llevar a la cárcel o se lo quitarían. Luego
rectificaba llorando “¿Y no estará mejor en un colegio donde
le cuiden que entre rejas con las enfermedades?” Y encima la
muchacha hartita de palos y con el dominicano apareciendo en
las escuchas con una paisana haciéndose arrumacos.
La jueza Xiomara la recibió con un gesto amable y una
educación exquisita, comentó lo bonito que era el bebé que
la joven acunaba y como conocía el sumario con puntos y
comas, comenzó un interrogatorio del que fue surgiendo el
calvario sufrido por la argelina, los cuernos, lo mal que lo
había pasado y esa musulmana lloraba pero se iba aliviando y
más se alivió cuando Xiomara que era a medias jueza y a
medias psicóloga prescindió de la amabilidad para echarle
una buena regañina, porque creo que esa buena jueza, si era
consciente de la inocencia de la muchacha en la movida, era
también consciente de su culpabilidad por aguantar los malos
tratos y no mirar por ella y por su negrito. Supe y sentí
que esa joven morena “merecía” ser juez. No por lo
inteligente, sino por la profunda y palpable humanidad que
parecía exudar. La consideraban inflexible y severa con los
malos. Pero capaz de detectar lo más profundo de cada cual,
pura empatía y una inmensa intuición.
Vuelvo a encontrármela en mi periódico y en mi camino, por
lo que puedo considerarme afortunada, más que nada por
volver a darle las gracias por la experiencia humana tan
profunda y conmovedora que me hizo vivir. Y reiterar que, a
Ceuta, vienen los que son “lo más”, los pata negra y las
Mariquillas Cojones.
Me alegro. Mucho. Y si ven a Xiomara le dicen que la chica
que lloraba le hizo caso y que, su bebé negrito, es ya un
niño que va a la guardería. Un niño muy feliz. Le gustará
saberlo. Seguro. Xiomara es como es.
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