Pronto hará un año, concretamente
el próximo 24, víspera del día de La Merced, Patrona de las
Instituciones Penitenciarias, que estuve yo en el acto
celebrado en honor de la Señora, en la planta quinta del
Hotel Tryp. Acto que fue aprovechado para que el Consejo de
Dirección del centro penitenciario de Los Rosales pudiera
homenajear a personas e instituciones.
De aquella celebración, recuerdo perfectamente que me lo
pasé muy bien formando parte de algunos corrillos. En los
que tuve la suerte de compartir conversación -cito de
memoria- con Manolo Muñoz, Jefe de Correos; con
Fernando Tesón, siempre es un placer poder disfrutar
junto a él de un tiempo de ocio; y con José Fernández
Chacón, Delegado del Gobierno.
Cuando la cuchipanda estaba en su apogeo, y se comentaba la
calurosa acogida que había tenido, por parte de sus
compañeros, Juan Manuel Postigo Sánchez -funcionario
de prisiones-, mientras se le imponía la Medalla de Bronce
al Mérito Penitenciario, alguien, cuyo nombre no recuerdo
ahora, tuvo el acierto de presentarme a Juan Hernández
Rebollo: director del centro penitenciario de Los
Rosales.
Debo decir que rápidamente me percaté de la afabilidad de
Hernández Rebollo, de su campechanía, como buen extremeño, y
no se me pasó por alto el buen manejo que hacía de la
ironía. Con lo cual llegué a la siguiente conclusión: Juan
puede quedarse, en cualquier momento, con el personal sin
levantar sospechas. Y, tras un buen rato de cháchara, se me
ocurrió decirle al director que mi impresión era la de estar
hablando con un funcionario moderno, que dirigía los
destinos de una cárcel vieja.
Cuando tocó despedirnos, le dije a Juan Hernández Rebollo
que le haría una visita en su lugar de trabajo. Algo que él
aceptó con sumo agrado. Pocos días más tarde, el director de
la cárcel me llamó para preguntarme si aceptaba dar una
charla a los reclusos participantes en el curso escolar que
comenzaba el 14 de octubre. Charla previa a un acto que
sería presidido por Aquilino Melgar: director
provincial de Educación. Y dije que sí.
Y allá que acudí el día previsto y a la hora indicada, once
de la mañana, a contarle a los alumnos la importancia de la
lectura. La necesidad de aprender. “Y que la primera
obligación de los jóvenes es la misma que tienen los adultos
y hasta los viejos, si me apuras. Aprender. Quien no sabe
puede tener arrebatos pero no aciertos... Por tal motivo, la
lectura es primordial en la vida. Cualquier clase de
lectura. Saber es poder”. Resalté la importancia de saber
hablar. De decir las cosas más aburridas de manera agradable
y las más banales de manera interesante. Y, desde luego, no
me olvidé de recordarles a los alumnos que agradar e
interesar continúa siendo el objetivo de innumerables
personas. Y es que se agrada por virtud, por un don innato.
Pero se interesa por voluntad, más que por natural
disposición.
Tras calentarles la sesera a los reclusos, llegó el momento
del refrigerio. Y puedo asegurarles que disfruté de lo lindo
rodeado por los que estaban cumpliendo condena o
esperándola. Hice promesa de volver a Los Rosales llevando
conmigo libros para la biblioteca. La que no he cumplido.
Vaya usted a saber por qué. El que sí ha cumplido es el
Consejo de Dirección del Centro, decidiendo que sea
galardonado este periódico. La víspera del día de La Merced.
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