H ace tiempo que le debo una carta a Ceuta. No sé por qué
razón el destino me lleva al otro lado del Estrecho por
oleadas. Allí vivió mi abuelo, el coronel Díaz Ligüeri,
creció mi madre, alternando Castillejos, y aún conservo
familia, aunque el desarraigo va engulliendo la lozanía del
pasado. Recuerdo veranos en la hípica militar, el barco de
pesca de mi abuelo, el escudo de Ceuta pintado sobre el
suelo, las moras en la plaza y las visitas a tiendas de
barajitas, uno de los entretenimientos del por entonces
retirado coronel. Y ya maduro volví a Ceuta para trabajar en
El Pueblo, sin abuelo y sin amigos, aunque sí con parientes
que me dieron una gran acogida. Mi primera parada fue la
calle Independencia. El sentido de la vista me trajo el olor
del portal de mi abuelo en hierro forjado y regresé 15 años
atrás. Este verano he visitado Ceuta en un par de ocasiones
tras un año haciendo ‘las américas’. A mis ojos, la
situación no ha cambiado, salvo la excepción de la
vicesecretaría de la Ciudad, aunque eso al turista poco le
importa. He vuelto a ver a Vivas y a Chacón inaugurando en
comitiva la feria, al general jefe de la Comandancia, y he
saludado a buena parte de personas con las que traté.
Regresé a mi Casino para comer sus menús con bufet de
ensalada, hice lo propio en la Casa del Mar, mejor imposible
en cuanto calidad-precio, volví a ver a mis compañeros
sentados al ordenador y de nuevo fui retratado por Nico.
Paseé por Las Palmeras, me percaté de la remozada fachada de
mi primera casa y visité Parques de Ceuta, desde donde
entreví la primera planta de mi otra casa, edificio Mare
Nostrum. Degusté el uniforme de los militares que aprovechan
descansos para arreglar papeleos en el Revellín y sacié mis
ansias de pinchitos, corazones y cuscús. Aunque el mar y las
navieras me separen de mi ciudad-destino, desde Cádiz
seguiré vigía y, tal y como hice en Nueva York, daré a
conocer a todos los ignotos esta pequeña perla atracada al
sur de España, a la que a veces solo se menciona para
sacudir polémicas con Marruecos. Desde estas páginas de las
que aprecio su olor a periódico seguiré ligado a Ceuta hasta
que un nuevo aviso en el puerto me diga que es hora de
partir.
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