Los milagros todavía existen, las buenas acciones aún llegan
“como caídas del cielo” y la solidaridad no ha perdido su
papel dentro de la sociedad ya que “el que es bueno, lo es
siempre, aún en tiempos de crisis”.
Esta ha sido la experiencia que durante el verano han vivido
los más de 40 mayores que residen junto a los Hermanos
Franciscanos de Cruz Blanca, quienes veían que sus “abuelos
se iban a quedar sin vacaciones” hasta que, de la noche a la
mañana, apareció como cual ángel la ceutí Mariló Ferrer,
quien no dudó en ceder a la entidad religiosa su finca,
‘Villa Rosa’, y contribuir en que esta se convirtiese en el
“pulmón” de este casi medio centenar de personas durante la
temporada estival. “Teníamos en mente encontrar algo cerca
de nuestra casa del Príncipe hasta que un día un periodista
vino a hacernos una entrevista y nos comunicó esta idea, que
se ha convertido en un proyecto real”, relataba el Padre
Aurelio.
Relajantes vistas al mar, aires de paz y sosiego, sabor a
Atlántico y verdes pastos monte arriba. Y mientras todo se
da la mano para crear un ambiente idóneo para la ensoñación,
“jugamos al parchís, vemos la tele, bajamos a la playa y
conversamos con los amigos. No ha habido nada tan fantástico
como este chalé. Ojalá los hermanos tuviesen más dinero para
tener esto siempre”, revelaba Lola, que en estas vacaciones
se ha convertido el la líder de las partidas de mesa.
Pero detrás de estos momentos mágicos e inolvidables, las
vivencias que “han cambiado la actitud y el estado de ánimo
de los abuelos” y la buena fe, muchos han sido los
voluntarios que han aportado este granito de arena que han
convertido la ilusión en una fotografía real. “Lo cierto es
que días antes de trasladarnos con los dos grupo que hemos
formado, muchas personas nos ayudaron a subir hasta
Calamocarro muchos de los muebles, pintar las paredes,
limpiar la casa y adecuar las instancias porque, de estar
tanto tiempo cerradas, estaban descuidadas”, añadía el Padre
Aurelio.
Tan exquisitos momentos no han pasado inadvertidos por los
entrañables “abuelos” de Cruz Blanca; tanto que Manuel
Vilches no puede contener sus lágrimas al imaginar “cómo mi
amigo, que ya descansa en paz, hubiera disfrutado de estos
ratitos en la terraza viendo el atardecer y respirando la
brisita marinera”, lamentaba, emocionado, este ceutí de 83
años “con muchas ganas de vivir”.
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