El quinto alto al fuego anunciado
por la banda terrorista ETA en la historia democrática de
España aparece sembrado de luces y sombras y vuelve a dejar
tras de sí un rastro de escepticismo y débil esperanza en
las sociedades vasca y española. ETA no aclara si el alto al
fuego es temporal o permanente, no plantea su desarme
definitivo y tan siquiera ofrece un cese de las hostilidades
verificado internacionalmente, como le reclamaba hace tan
sólo unos días la izquierda abertzale y Eusko Alkartasuna.
Lo que parece altamente improbable es que la banda
terrorista, con una trayectoria sanguinaria y obcecada, esté
ofreciendo una rendición incondicional. Y si existen
condiciones, ¿bastaría con el acercamiento de los presos a
las cárceles del País Vasco y la derogación de la Ley de
Partidos, como planteaban las dos formaciones referidas en
el comunicado filtrado hace tan sólo unos días? ETA también
podría tener en marcha una huida hacia adelante. Los golpes
policiales a su estructura militar, la intensificación de la
colaboración francesa con el Estado español, el intento
abortado de trasladar su base de operaciones a Portugal,
ponen en un brete a la banda del que seguramente le será
difícil salir. Pero el anuncio de la organización terrorista
y los movimientos dentro de su brazo político también
podrían estar inspirados por el oportunismo. La izquierda
abertzale podría estar simplemente allanando el terreno para
no volver a quedar fuera de los próximos comicios
municipales y autonómicos, una exclusión que marcó el inicio
del fin de la hegemonía nacionalista en Euskadi. Y en todo
caso, sea cual sea el desenlace de esta nueva tregua,
ninguna de las decisiones que tome el Gobierno y el
Parlamento podrá adoptarse sin abordar de manera clara y sin
fisuras la reparación debida a las víctimas. Sería una buena
noticia que este país pudiera solucionar por fin un problema
enquistado desde hace décadas. Pero la experiencia demuestra
que, sin desarme, podría tratarse de un nuevo brindis al
sol.
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