Llego al Parador “Hotel La
Muralla” convencido de que puedo bañarme en su magnífica
piscina y ligar color. Pero me encuentro con que los
alrededores de la piscina, jardín con sabor añejo, están
reservados para celebrar una boda de tronío. Ojalá que a los
contrayentes, de verdad de la buena, la vida les ofrezca la
oportunidad de mantenerse siempre asidos al carro de la
felicidad.
Debido a que no puedo bañarme, decido acogerme a los
beneficios que me ofrece ‘El Rincón’ de la barra de una
cafetería que rezuma antigüedad por los cuatro costados. Y
apostado en él, cuando aún está solitario, los recuerdos me
llevan en volandas a unos años que jamás podrán borrarse de
mi memoria, si acaso alguna dolencia no interfiere en ella.
“Aquí se viene a beber. De política ni hablar. Y antes de
salir pagar”. Es el lema que sigue luciendo en una placa,
colgada de la pared de ‘El Rincón’, que es donde las fuerzas
vivas de la ciudad, allá en los finales de los setenta y
principios de los ochenta, se reunían para tomar copas y
hablar de todo cuanto se encartara.
En ese sitio, un 18 de julio de 1982, Eduardo Hernández,
joyero prestigioso y abogado no ejerciente, me presentó a
Carlos Chocrón. Otro joyero que aspiraba a convertirse en el
mejor entre los mejores de su oficio. Carlos era, sin duda,
un sibarita. Un tipo con un gusto exquisito y un saber estar
que llamaba la atención.
Elegante en el vestir y de magnífica presencia tenía Carlos
más que asumido que muchas miradas convergían en él. Y a
veces se turbaba ante la atención que su presencia
despertaba. Enamorado del amor, permítaseme esta cursilería,
en ocasiones se subía de tono y había que recordarle que la
realidad era muy distinta.
A Chocrón comencé yo a estimarle muy pronto. Tan pronto como
principié a discutir con él. Por causas menores. Aunque en
cada desencuentro nuestra relación salía reforzada. Vi
crecer a sus hijos y tuve la suerte de relacionarme con
ellos. De modo que me tocó sufrir lo que es conocido por
todos los ceutíes.
En los peores momentos de Carlos y los suyos, procuré
siempre hablar de ellos para recordarles que era necesario
volver a la vida. Aunque en el intento pudiera pecar de
pesado y de algo más. Pero nunca olvidé que los malos
momentos vividos por Carlos y Alicia necesitaban
soplos de aire fresco para que pudieran reaccionar por el
bien de ellos y de Moisés. Ese hijo ejemplar que
tienen y que ha sido capaz de convertirse en lo que Carlos
más deseaba.
Carlos Chocrón está internado en el Hospital Universitario.
Y me consta que está bajo la atención médica de un equipo
compuesto por magníficos cardiólogos. Tal y como me ha
reconocido Jesús del Real. Afamado cardiólogo y que
fue premiado el año pasado con la Medalla de la Ciudad
Autónoma.
Mira, Carlos, en estos momentos te diría muchas cosas. Y
hasta he estado tentado de reproducir aquí muchas de las
anécdotas que vivimos en ese ‘Rincón del Muralla’. Pero me
las reservo con el fin de contarlas cuando tú le hayas
pegado un regate monumental al infarto. Entonces, que será
muy pronto, me vas a tener que aguantar. Porque bien sabes,
Carlos, que mi memoria, a pesar de que ésta sea considerada
la inteligencia de los tontos, sigue funcionando a la
perfección. Así que hazme el favor de echarle bemoles a la
cosa para que los médicos te digan que te puedes ir a tu
casa cuanto antes. Y a mí me abandone la inquietud.
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