Una casa es algo más que un bosque de compartimentos y
ladrillo pintado de blanco. La casa nace hosca y si no se la
alimenta muere inanimada, como el drago, que va perdiendo el
color de sus puñales y se marchita. Una casa puede servir
como piso o como hogar y según la permanencia de sus
moradores se convierte en una entrega por fascículos o en
una novela inagotable de Clarín. Las casas aguardan noche a
noche las tribulaciones de sus huéspedes, sus paredes son
las únicas que consuelan el llanto del hijo castigado o la
madre ofendida, las que atienden los desafíos del
adolescente, las que se ruborizan ante las aventuras de cada
cual en el desenfreno del sexo; las paredes cuelgan los
retratos de toda la historia que carga un apellido. Como
zarcillos y tatuajes de colores, cargan con el polvo y las
arrugas que infundan los años. La pared mantiene su
semblante alemán, terso e inmortal y va despidiendo los años
dando la bienvenida a caras más ajadas y a caras nuevas que
brotan de las entrañas de un cuarto que ha concebido el
amor. Las casas hablan del estado de ánimo de una familia,
de su educación y sus aficiones. Una casa nos revela el
patrimonio, las tragedias y los éxitos. Esa casa es el
escenario de encuentros furtivos, de hijos que descubren el
efluvio de la pubertad o de padres que platican con el
diablo sobre infidelidades esporádicas; detrás de sus
puertas se delatan todos los pecados, todas las buenas
acciones que nunca llegaron a cumplirse por orgullos
momentáneos. La casa sufre cuando alguien se va y llora
dejando cuartos vacíos, borrando sonidos a la vez que el
peregrino retira sus fotografías para pintar, más lejos,
otra nueva morada y convertirla en un hogar a base de roce y
tiempo. El aroma que desprenden las candelas de la Navidad y
de los cumpleaños se amontona en los techos, dejando un
grumo de color en sus esquinas. Y solo nos acordamos de
nuestra casa y le brindamos aprecios y lágrimas cuando uno
de sus hijos se marcha, abandonando un cuarto marchito, sin
fotografías ni postales. Y dejamos sus sábanas para
ahuyentar al diablo y esperar su regreso como el árbol
espera a la primavera.
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