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OPINIÓN - JUEVES, 2 DE SEPTIEMBRE DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Hay que tener capacidad de adaptación
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Uno tiene más que asumido que cuando le dicen que tiene un aspecto sensacional es, sin duda, prueba evidente de que se encuentra en la última fase de la vida. Las fases de la vida son tres: juventud, mayoría de edad y “tienes un aspecto sensacional”. Que es el halago que más he recibido este verano.

Un verano, que dicho sea de paso, se esta comportando como es su obligación: atiborrándonos de calor y haciendo que reaccionemos verbalmente contra las altas temperaturas como sólo nosotros sabemos hacerlo: “¡Esto no hay quien lo aguante! ¡Vaya día! ¡Es horroroso!”; a la par que nos quitamos el sudor con gesto rabioso.

Es la misma cantinela de siempre. Y es que, como bien queda reflejado en ‘El español y los siete pecados capitales’, de Fernando Díaz-Plaja, el español no se acostumbra nunca al malestar y el hecho de ser uno entre los miles que están sufriendo en estos momentos las inclemencias de la naturaleza. Más bien parece que la naturaleza, sin razón alguna, lo castiga únicamente a él.

Como castigo de verano están siendo consideradas las algaradas que vienen montando los inmigrantes del CETI en la vía pública. Por lo visto, los ciudadanos estamos condenados a que nuestros oídos sufran lo indecible. Durante meses fueron las vuvuzelas, manejadas por el grupo que capitaneaba Juan Luis Aróstegui, cuyos sonidos monolíticos aún tenemos golpeándonos las sienes, las que se encargaron de conturbar nuestro ánimo. De haber continuado el castigo, a buen seguro que estaríamos ya al borde de desquiciamientos como los que sufren quienes no terminan de acostumbrarse al levante tarifeño.

Esperemos, pues, que a los manejados por CCOO no les dé por volver a la carga sin vuvuzelas pero esgrimiendo cartones con la misma habilidad que caracteriza a las criaturas que desean pasar a la Península a todo trance. Y es que cada golpeo de los cartones manejados por cameruneses contra el suelo suena a crujido monumental. Suenan tan restallantes los cartones al chocar contra la acera, que si no se espera el bombazo uno puede sufrir el accidente de lo inesperado.

Que es lo que le pudo ocurrir a una señora que caminaba a mi vera, el lunes pasado, por la avenida Alcalde Sánchez Prados; que la pobre ante tan ensordecedor ruido pegó un respingo que a punto estuvo de dejarla grogui. La pobre mujer, tras el susto, se dirigió a mí para decirme lo mucho que la vida ha cambiado. Que ya nada es igual que antes. Cuando estas cosas no estaban permitidas. Pero de ninguna manera, ¿eh?... Se lo digo yo que ya tengo muchísimos años.

También yo tengo mis años, señora, le dije. Y comprendo que, si no queremos amargarnos la existencia continuamente, estamos obligados a adaptarnos a todo lo nuevo y la vida es nueva cada día. Y pobre de quien no tenga capacidad de adaptación. De adaptación y de olvido, señora. Porque la vida, según los expertos en estas cosas, no va bien sin grandes dosis de olvido. Un acto supremo de la inteligencia es mirar hacia delante y hacia arriba, dicen los que saben.

La señora, todo hay que decirlo, me miró de arriba abajo. Hizo un mohín indescifrable. Y sólo acertó a decirme: “¡Quede usted con Dios!”. Y apretó el paso sin mirar siquiera hacia atrás.
 

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