Desde que en el ya lejano verano del 2007, comenzaron a
producirse hechos y situaciones que ya delataban que algo
estaba cambiando en el devenir económico del mundo, ha ido
instalándose en todos nosotros la sensación de que los años
felices que hemos vivido, han terminado, y que, sobre todo,
se ha asentado una situación de desconfianza e
incertidumbre, que no hace sino agravar aún más la propia
crisis.
Y esto es así, porque a diferencia de otras crisis
anteriores, que tenían un carácter cíclico muy marcado y por
tanto se podía incluso aventurar cuando empezarían a mejorar
las cosas, en la crisis actual no se ve la luz al final del
túnel, y por tanto no somos capaces de afirmar cuando
acabará. Este dilatado periodo de tiempo, hace que la crisis
actual se comience a analizar en términos comparativos con
otras grandes crisis ocurridas en la historia reciente,
sobre todo con la Gran Depresión de 1929, y como
consecuencia de esa comparación se empiecen a valorar los
efectos globales que pueda producir.
Hoy es un hecho históricamente aceptado que la Gran
Depresión de 1929, transmitió al mundo entero paro, miseria
y hambre, propiciando de esa manera la aparición de
movimientos políticos nacionalistas-totalitarios que se
enfrentaron a los países democráticos, dando paso a la
segunda guerra mundial, que supuso el triunfo de esos países
democráticos y que por la vía de la reconstrucción de los
países en guerra posibilitó la salida de la Gran Depresión.
¿Se podría establecer un paralelismo a nivel mundial entre
la evolución de la crisis del 29 y la actual? Pienso que no.
Los países democráticos están firmemente asentados y los
riesgos en cuanto a desestabilización provienen de otros
planteamientos no vinculados a estados nacionales. Por otro
lado, frente a la lentitud en la respuesta a la crisis de
1929, en la actual las respuestas han sido muy rápidas y
coordinadas entre las grandes economías del mundo. Por
último, los grandes países emergentes, disponen de
poblaciones enormes, ávidas de consumir bienes y servicios a
los niveles del mundo occidental, lo que posiblemente
impulsará, más pronto que tarde, la reactivación de la
economía a nivel global, por el camino del fuerte tirón de
la demanda de bienes de consumo.
¿Servirá esto para España?
Para responder a esta pregunta, hay que tener en cuenta que
nuestro Gobierno ha ido adaptándose a la crisis con un
retraso importante. Primero no la quiso reconocer, eran los
tiempos de la desaceleración acelerada, después se reconoció
la crisis cuando la recesión estaba llamando a la puerta.
Ahora, una vez instalados en la recesión, se empieza a
hablar por algunos economistas de la decadencia, que en
definitiva puede suponer retroceder los estándares de
calidad de vida que disfrutamos al nivel existente en España
en los años 60.
Si bien la crisis económica mundial y la de España, tienen
muchos elementos comunes, también es cierto que la española
tiene una serie de particularidades que la hacen
especialmente grave, sobre todo como consecuencia de los
problemas estructurales de nuestra economía, que impiden o
limitan seriamente la salida de la crisis.
En cualquier caso, cabe preguntarse si España puede
dirigirse hacia esa decadencia de manera inevitable o se
pueden tomar medidas que lo impidan.
Nuestros problemas estructurales son muchos, pero algunos
son esenciales, así la dependencia energética del petróleo y
del exterior, la falta de competitividad de nuestras
empresas, el déficit público, el fuerte endeudamiento de los
particulares, de las empresas y del estado, la rigidez de
nuestro mercado laboral, los riesgos del sistema financiero,
el crack del sector de la construcción, la viabilidad futura
de la seguridad social y la falta de valores, especialmente
en grandes sectores de nuestra juventud, que han perdido
todo interés por su formación y preparación para entrar en
el mercado de trabajo.
Las soluciones a estos problemas estructurales, no son
soluciones a corto plazo, lo son a medio y largo plazo, y no
pueden estar supeditadas por las ideologías, y todo eso
requiere de líderes políticos que también lo vean de esa
manera y estén dispuestos a pagar el precio político en
votos que puede suponer adoptar medidas impopulares y
difíciles, pero absolutamente necesarias.
Este es el reto de nuestro Gobierno, pero también lo es de
cualquier Gobierno en el futuro más próximo, por lo que
deberían intentar, los grandes partidos políticos
nacionales, realizar los esfuerzos de entendimiento y de
pactos en algunas de las grandes cuestiones, pues sino
estaremos perdiendo tiempo, y el tiempo es esencial en este
momento.
|