No quiero hacer política de caleya.
Aunque podría. Pero con los cuerpos aun calientes del
capitán José María Galera y el alférez Abraham Bravo,
abatidos en la base conjunta de Qala-i-Now (Mazar e Sharif)
por un policía afgano que trabajaba como chófer y escolta de
los agentes, no me parece oportuno aunque solo sea por un
mínimo de delicadeza para con los fallecidos. Y perdonen el
inciso pero a las cosas por su nombre: para ganar una guerra
hay que delimitar bien al enemigo y pese al vacuo e irreal
discurso oficial del gobierno de Rodríguez Zapatero, en
Afganistán las tropas occidentales no están repartiendo
chocolatinas o en plan ONG, aunque también es obvia y
encomiable la ayuda humanitaria. En Afganistán hay una
cruenta guerra en la que se mata y se muere y la insurgencia
talibán va a lo suyo, a eliminar soldados occidentales y a
sus colaboradores, como pueden. Siempre ha sido así y,
mientras no se asesinen civiles, por mí no hay nada que
objetar. En la guerra como en la guerra. El método utilizado
por el insurgente talibán que, por lo demás, sacrificó su
vida al llevarse por delante a los dos oficiales de la
Guardia Civil, ya fue empleado en contextos bien diferentes:
durante la II Guerra Mundial o en la mal llamada Guerra de
Independencia contra el ejército de Napoleón. ¿Y acaso los
guerrilleros españoles eran terroristas?. En definitiva, un
mínimo de respeto y decencia para los deudos de los dos
oficiales y el Instituto Armado me impiden entrar, a saco,
en colaterales aspectos de la sucia política española.
La populosa ciudad de Mazar en Sharif, en persa “Noble
Santuario”, es la cuarta ciudad más grande de Afganistán. De
mayoría étnica tayika, fue una importante base estratégica
del ejército soviético desplegado en el país. En la pequeña
base de Qala-i-Now presta servicio una dotación
multinacional bajo mando directo norteamericano y en ella
ondea la bandera de las Barras y las Estrellas. Tras la
muerte de los dos oficiales de la Benemérita a manos de un
policía afgano infiltrado por los talibán, el alférez de la
Guardia Civil Alberto Blanco, al mando interino del pequeño
grupo que allí presta servicio, solicitó del comandante de
la base sustituir temporalmente la bandera de los Estados
Unidos por la bandera de España a media asta para así, al
frente de sus hombres, rendir un emocionado homenaje a sus
compañeros oficiales abatidos. Así se hizo. Al anochecer y
al formar ante la bandera roja y gualda el reducido
contingente de la Guardia Civil superviviente, formado por
solo cinco hombres, vieron con agradable sorpresa como, de
forma voluntaria, se les iban uniendo progresivamente
efectivos militares de las naciones allí representadas:
marines norteamericanos, franceses, holandeses y polacos.
¡Dios, qué buenos vasallos si hubiera buenos señores!. Solo
la disciplina mantuvo la emoción mientras, en un desgarrador
silencio, la bandera de España era arriada en presencia de
todos los militares occidentales presentes.
Estas prietas líneas van escritas, no solo en sincero
homenaje para los dos oficiales de la Guardia Civil
recientemente fallecidos, sino para todos lo militares
occidentales que arriesgan día a día su vida en la inhóspita
tierra afgana. Hoy día como aprendieron dolorosamente los
Estados Unidos en Vietnam, las guerras no se ganan solo en
el frente sino también en la retaguardia. Estamos en guerra,
sí y nos estamos jugando nuestros valores y estilo de vida.
Porque, ¿saben?, van a por nosotros. Si no ganamos y
estabilizamos Afganistán, nos van a dar la del pulpo. Salir
con el rabo entre las piernas será, el equivalente, a la
derrota soviética en las mismas tierras afganas. ¿Qué “Muro”
caería ahora…?. Visto.
|