Voy a contar un pasar, que pasó hace muchísimo tiempo en las
calles de nuestra ciudad. Allí, y en todas ellas, y por
aquellos años el pregonero cantaba las historias de su
tiempo. Eran cosas de estilo, de comunicación y de buen
tiempo. ¡Con aguacero, no se sacaba ningún pregón! Y, así,
muchos días de sol, el pregonero mayor, siempre empezaba sus
mensajes con su trompeta y su voz, ya que a fin de cuentas
era el vocero mayor. Tocaba primero la trompeta
¡Tururú…Tururú! Y después muy alto voceaba ¡Por orden del
señor alcalde, se hace saber que voy a contar los hechos que
hace algunos días sucedieron! Callaba luego y al poco tiempo
seguía. ¡Venid vecinos todos a escuchar mi voz! ¡Hoy,
señores todos, voy a contar los hechos de un tonto que
desapareció! ¡Tururú…Tururú ¡¡Tururú…Tururú!
Después la corneta se acallaba, una vez que veía que sus
palabras habían llamado de los vecinos la atención. El
vocero seguía entonces con su única y cadenciosa entonación:
“Estos hechos de cuento…, que os voy a relatar ahora, nunca
pondrían suceder en un día normal, y menos en nuestra
ciudad. Pero, así, son las cosas cuando alguien quiere algún
cuento contar. ¡Tururú…Tururú¡ Y cada vez que una frase
terminaba tocaba la corneta, para llamar más la atención.
¡Tururú…Tururú!
¡Tururú…Tururú¡ ¡Sabed todos! Que hace unos días en Ceuta,
la mar estaba en calma, la luna estaba crecida. Era una
noche de truenos, cuando el sol más calentaba. La luna como
siempre hacía, iba corriendo por las aguas de la almadraba.
Sus leales súbditas, las estrellas, la miraban arreboladas.
¿Cómo es que su blanca reina en el agua no se mojaba? Si
corría por el agua, lo normal es que el agua salada la
empapara, mas por el contrario siempre seca se mostraba.
¡Que cosa eh…! ¡Qué raro! ¡Qué despropósito! ¡Qué sin razón!
Pero ¡En fin, son misterios de la noche, de la luna de sus
estrellas y del mar, que no es bueno a los humanos desvelar!
¡Tururú…Tururú!
¡Tururú…Tururú! ¡Y fue entonces, nunca antes o después
¡Vamos…, que ni tan siquiera al mismo tiempo! cuando,
atónitas, las estrellas, la luna, el agua y hasta la arena
de la playa, o sea todas ellas juntas, que un extraño
fenómeno pudieron avistar. Porque, allí, no lejos, ni
tampoco cerca, sino en un poco más allá ¿O fue acá, que
nunca lo recuerdo bien? Las saladas aguas del mar bulleron
sin parar. Era una cosa, prodigiosa, extraordinaria, nunca
vista y además imposible de suceder. ¡Es decir, que sería
mentira! Mas, a pesar de todo, era cierto. Cerca de la seca
y paciente arena de la playa, junto a una roca que emergía,
las aguas, sin ton ni son, mucha espuma hacían. ¿Qué sería…?
¿Qué milagro las alumbraría? ¿Era sólo agua? ¿Era sólo
espuma? ¿Una ola, por el mar, mal parida? ¿Qué pasmo no
produciría ver cómo el agua rebullía? ¡Nadie lo sabía!, pero
la salada agua, repito sólo en la salada agua, en un sólo
lugar, bullía y rebullía. Y no era un rebullo cualquiera, de
esos que pensamos siempre, cuando se nos mueven las tripas.
Era otro rebullo, pero a nosotros: ¡Qué más sé nos da!
¡Bien!, queda claro que este era un rebullo diferente. Era
un rebullo, fiero, alto, espléndido, como si viniera del más
allá, o del mas acá ¡Ay, si Afrodita lo hubiera sabido, otro
nacimiento en el Mediterráneo buscaría!. ¡Tururú…Tururú!
¡Tururú…Tururú! ¡Pronto, la incertidumbre dejo paso a la
sorpresa, luego esta al estupor y al final a la estupidez,
que siempre se demuestra cuando las cosas tontas que pasan y
que no entendemos, no son las nuestras. ¡Pero sigamos con
las tonterías! ¡Tururú…Tururú! Asombradas, la luna, las
estrellas, la mar salada, las arenas de la playa, y todas
ellas juntas, veían que algo inusitado, iba a pasar allí
abajo, que en realidad sería arriba si habla sólo el agua.
¡Porque, por encima de la burbujeante espuma del mar, una
gran figura lentamente se elevaba! Abajo las arenas
sumergidas de las saladas aguas. Arriba una imagen que fuera
de ellas rápidamente se formaba. ¡Vaya cuento, vaya
historia, vaya tontería! ¡Pero era verdad! Algo nacía de la
espuma de nuestro mar. ¡Qué milagro sería, que hasta la
naturaleza se sorprendía. ¡Tururú…Tururú!
¡Tururú…Tururú! ¡Al fin la figura, por encima de las aguas,
pero debajo de las estrellas, el sol y de la luna,
totalmente formada resurgió. Era un hombre grande…, quizás
…demasiado grande: ¿Enorme? Luego, cuando un poco más del
agua salió, se cercioraron de su verdadera naturaleza: ¡Era
un tonto gigantesco! Es más ¡Era un tonto que prometía ser
mucho más! Y mientras la luna seguía iluminando y bañándose
sin mojarse, y el sol, aquella noche, seguía resplandeciendo
y calentando como nunca. ¡Porque, los hechos son así, ellos
siendo inorgánicos, sí que pueden hacer dos cosas a la vez!
De todas maneras, con estas cosas y perdiendo la
credibilidad las inmutables leyes de la naturaleza, nunca
volverán a ser las mismas. ¡Tururú…Tururú!
¡Tururú…Tururú! ¡Al fin, salió el tonto del agua…, que no el
hombre. Avanzó por la playa y un poco más tarde… ¡Es
lógico…! Simplemente se paró. Lejos, o muy cerca, ¡Da lo
mismo, el tonto nunca sabe de lejanías o de cercanías! Vio,
las resplandecientes luces de nuestra ciudad, de nuestras
plazas, del cercano ayuntamiento, que todas las noches
alegremente iluminan nuestras calles. Y atrapado por la luz
de estas luces, salió de la playa y en la plaza de Nuestra
Señora de África, se sentó. ¡Allí, los lugareños,
visitantes, turistas, vecinos… y todos los demás que ustedes
quieran que a esas horas puedan pasear, pudieron por fin
apreciar la verdad. ¡No es que estuviese desnudo, es que no
llevaba nada más! Poco tiempo después, la sorpresa terminó y
fue entonces, nunca antes ni después, ni al mismo tiempo,
que todos se dieron cuenta de su condición. ¡Tururú…Tururú!
¡Tururú…Tururú! Ante ellos se mostraba un tonto en todo su
esplendor. Era un tonto imponente, grandísimo, enorme,
superlativo, apenas pegado a un mínimo ápice de cordura. Es
decir, que todos comprendían a pesar de su grandura, no
grandeza, que su cerebro ¡No estaba del todo muerto y en
algo respondía! Pasó así, algún tiempo, unos minutos, unas
horas, quizás algunos días. No se sabe el tiempo que pasó,
pero lo que sí pasó, fue que la luna, tuvo frío y del cielo
se marchó, dejando en él, sólo al brillante sol. Y el tonto
gigante, pasmao, ni se enteró. Con el tiempo, y las luces de
la noche apagadas, se levantó y por la ciudad deambuló.
¡Tururú…Tururú!
¡Tururú…Tururú! Con el tiempo, fue muy conocido y era
habitual verle entre la gente. Su fama le precedía de calle
en calle, y pronto en algunos grupos de amigos ingresó.
Desde entonces, caminó con más gente alegre a su alrededor.
Sus ideas eran sorprendentes vacías, y a todos asombraba con
ingeniosas estrategias que para nada mejoraban sus días.
Pronto, autobuses, taxis, comercios, aceras, baldosas,
bancos de la calle, las líneas del suelo amarillas,
conocieron de sus andanzas. Pero todo pasa, y lo nuestro es
pasar. Así, al fin y en algún tiempo, dejó de derramar
alegría entre los que le conocían e incluso entre los que no
le conocían. Desde entonces, todo eran molestias cuando algo
emprendía. Para los autobuses, para los taxis, para los
comercios, para las aceras y sus baldosas de color verde
oliva, y en fin… para qué extenderme más ¡Para todos los que
en la ciudad vivían! ¡Desesperada estaba la gente, con tanta
tontería! ¡Sólo yo, el pregonero, por alguna razón, le
quería y comprendía! ¡Tururú…Tururú!
¡Tururú…Tururú! El destino, a veces juega malas pasadas, que
a veces nos agradan. Y el tonto tenía un problema ¡Quería
entender todo lo que no entendía! Así, por ejemplo, veía en
las calles excrementar a los perros y se sentaba a mirar el
excremento. Luego con el tiempo, notaba que la caca se
secaba y después como el viento la esparcía en ínfimas
moléculas que por el aire se desplazaban, después, se
admiraba, como todas ellas por los pulmones humanos
entraban. Y eso no lo entendía, porque vamos a ver ¡Quién
ordenó que los perros, como gallinas, pienso seco tuvieran
que comer! Y después ¡Quién también decidió que los hombres,
como insufribles moscas acabásemos con los secos excrementos
dentro del pulmón! ¡Si todo el mundo sabe que por designio
divino, ni el perro es gallina, ni el hombre mosca cojonera!
¿Qué esta pasando aquí? Pero, así son las cosas, que pasan
en esta vida, y que por otra parte, a la inexistente
inteligencia del alegre gigante le sorprendían ¡Y no sólo
eran esas cosas las que entraban en su pequeña cabeza!,
porque también veía que el agua que se escurría en su mano,
con el sol desaparecía, y que el rocío de la noche, que la
lluvia y la humedad del levante que se ofrece cada día, con
el calor también desaparecían. ¿Luego, que milagro había, en
ese estar y luego no estar del agua de nuestros días?
¡Tururú…Tururú!
¡Tururú…Tururú! Un día se acercó a la playa de sus primeros
días. Y vio el inmenso mar, con toda el agua que lo cubría.
Y creyó, para él, que si se sentaba junto al mar y que si
salía el radiante sol, toda esa agua ante sus ojos se
evaporaría. No hubo más en su cabeza de muñeco. ¡Pensado y
hecho! En la playa se sentó y esperó. Luego, pasaron los
segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los
meses… y muchos años. Pero ¡del agua nada se consumía,
aunque el sol siempre resplandecía! Y fue entonces, que otro
pensamiento le inundó: ¡Si es el sol, la fuente del calor
que todo seca y calcina, y si el agua no se seca es que algo
en la fuente no crepita con toda su fuerza! ¡Dos dudas, casi
en el mismo año, eran ya para él motivo de una misión de
averiguación! Miró arriba, miró abajo y … luego… no miró.
Pensaba, si al sol brillante se le veía bien, y el agua no
desaparecía ¡Él buscaría la solución! Y fue entonces, no fue
antes, ni después, ni tan siquiera al mismo tiempo, que
decidió que al sol viajaría, y una vez allí, el error
subsanaría. Es poco más, lo que se puede contar desde esta
arriesgada decisión. ¡Tururú…Tururú!
¡Tururú…Tururú! De alguna manera y con esta convicción, un
día viajó por los aires, por los planetas, por los espacios
y por todo el infinito universo. ¡Nadie sabe, cómo lo hizo
siendo tan grande y pesado! Pero para casi todos, en esta
casa, fue una satisfacción ¡Para mí, no! ¡Tururú…Tururú!
¡Tururú…Tururú! ¡El inmenso tonto, entre nosotros ya no
estaba! Sabemos, ¡eso sí!, que de alguna forma desconocida
llegó a la luna, donde casi se heló; que después marchó a
Mercurio, donde al fin encontró más calor. Y que después,
dado que estaba más cerca, hacia el sol saltó. Y cuando
llego… ¡Terrible! ¡El fuego lo calcinó! ¡Y allí, para
siempre se nos perdió! Las gentes desde abajo vieron el
resplandor que su quema ofreció. Luego todos satisfechos a
sus casas se fueron ¡Nunca más verían un tonto, tan enorme y
molestón! ¿Quizás, sea por esto que cuando sale el sol,
todos lo miran agradecidos y con admiración? Y aquí se acaba
la historia de un tonto que a fin de cuentas, sólo buscó
calor. ¡Tururú… tururú! ¿Aviso a escuchantes, si otra vez
ven a un gigante por nuestras calles, pasar…, salgan todos
corriendo y nunca…, nunca miren atrás, que es cosa muy tonta
y además es mal ganao! ¡Tururú…Tururú!
¡Tururú…tururú…! Y aquí se acaba la historia del tonto
gigante y del caliente sol. ¡Un tonto de verdad, imponente,
grande y superlativo…, que por nuestras calles paseó! ¡Y
yo…, como pregonero, que le echo de menos! ¡Tururú…Tururú!
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