Mientras en España se sigue
discutiendo sobre si son galgos o son podencos, la
estrategia marroquí en Melilla, siguiendo el viejo principio
de Julio César, está empezando a dar sus frutos: divide y
vencerás. El ex Presidente Aznar se planta en la frontera de
Beni Enzar y, para el PSOE, la causa del acoso marroquí
parece que es.... ¡el PP!. Por lo demás, corifeos y
estómagos agradecidos se apresuran a censurar al Partido
Popular o a UPyD entre otras formaciones políticas, mientras
recomiendan la peor y más torpe de las tácticas que puede
emplearse al abordar un conflicto con un país como
Marruecos, de estirpe árabo-amazigh y musulmán, para el que
componendas y pactismos son interpretados como símbolos de
debilidad y ésta es, en sí, abiertamente despreciada. En
roman paladino, achicarse o retroceder es favorecer el
avance del contrario o si lo prefieren se lo escribo de otro
modo: terreno que se abandona, terreno que se ocupa. Digo y
digo bien.
Siempre he defendido la dimensión africana de Ceuta y
Melilla, así como sus valores ciudadanos respaldados por una
Constitución abierta y tolerante que para sí quisiera
Marruecos. También he mantenido, contra viento y marea, la
necesidad de un diálogo abierto y franco con nuestros
vecinos del sur, diálogo en el que a título personal pienso
que se puede abordar todo… menos la soberanía. Conociendo
algo de los entresijos que se esconden en las torvas y
espesas relaciones hispano-marroquíes, así como algunos de
los escritos en El Imparcial del profesor Víctor Morales
Lezcano, catedrático emérito de la UNED, no me han extrañado
demasiado sus recientes declaraciones al diario La Provincia
de Las Palmas y que éste medio (del grupo Editorial Prensa
Ibérica, con el que una vez más estoy también colaborando)
reproduce en su edición del pasado domingo día 15. El
titular no tiene desperdicio, ni en la forma ni en el fondo:
“Convendría negociar sobre Ceuta y Melilla con Marruecos”
(sic). Reflexión de peso en boca de un reputado investigador
(hemos coincidido en los últimos tiempos en Tetuán, Larache
y Kabila), autor de una voluminosa obra sobre Historia de
Marruecos editada, si mal no recuerdo, hace uno o dos años
como mucho y que parecen seguir la estela de el diplomático
Máximo Cajal, asesor del Presidente Rodríguez Zapatero.
En cuanto a la política seguida por el vecino país del sur
respecto a sus diferencias territoriales con España, mi
estimación es que Marruecos se equivoca una vez más. Me
permito recomendar a Rabat que en todo caso, al igual que
hace con Francia, debería intentar engatusar a España y no
acosarla. Marruecos no parece valorar que, al igual que
nunca más volveremos a ser un país musulmán pues si algo une
firmemente a los españoles es la cultura del vino y el
jalufillo (que del cerdo son ricos hasta los andares), en
política exterior la opinión pública española se une
fácilmente frente a un enemigo tradicional, real o
imaginario, como ha sido históricamente Marruecos. Habíamos
avanzado bastante, la imagen del viejo Reino de Maruecos, un
país en rápida evolución y embarcado hacia la modernidad de
la mano del joven soberano Mohamed VI, estaba empezando a
cosechar comprensión y simpatía entre los españoles y, mira
por donde, ese activismo radical en Melilla puede volverse
como un boomerang en contra de sus animadores. Mohamed VI
debería calibrar mejor la estrategia seguida contra España;
sinceramente pienso que está otra vez muy mal aconsejado,
permitiéndome recordarle afectuosamente a su Majestad que
los cortesanos han sido, siempre, la ruina de muchas
monarquías. El mismo Alfonso XIII lo comprendió demasiado
tarde.
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