La política ha dejado de ser una
política de servicio e ideales para embadurnarse en una
política de derroches permanentes. Muchos la han adoptado
incluso como profesión, lo que hace imposible ser honrado.
Otros la han acogido como poder y oprimen al que no piensa
lo mismo. Cantidad de asuntos públicos se conducen para
provecho de los seguidores del gobierno de turno. Bajo el
dominio de los charlatanes todo es posible: confundir al
pueblo, adoctrinarlo, envenenarlo. En vista de cómo se
desarrollan los acontecimientos en el mundo, considero tan
preciso como urgente recuperar una auténtica sabiduría
política, encaminada a poner orden y a ser exigentes con la
tarea de asistencia a la ciudadanía, más allá del
reduccionismo ideológico. Hacen falta políticos de
horizontes amplios, seres humanos de palabra, que se
preocupen y ocupen mucho más de las injusticias y de la
pobreza que inunda el planeta. La cuestión no es baladí.
Actualmente viven en el mundo más de ochenta millones de
jóvenes entre quince y veinticuatro años que no tienen
trabajo. Es el índice global más alto de desempleo juvenil
registrado hasta ahora, según la Organización Internacional
del Trabajo (OIT). A los políticos no parece importarles
estas cifras, ¡cómo si no fueran personas cada uno de los
dígitos! España es una de esas naciones desbordadas por el
paro juvenil. Sin embargo, la política de derroches de sus
diecisiete autonomías, con su respectiva corte de jefes y
cargos, más el gobierno del Estado, junto a la retahíla de
instituciones, asociaciones y demás grupos afines
subvencionados, en lugar de frenarse, sigue creciendo el
despilfarro. La dilapidación política española no se puede
sostener por más tiempo. No se trata de subir los impuestos
para recaudar más, lo que hace falta es administrar mejor y
que las prodigalidades sean cero.
Por desventura, en la España del paro todos los días salta
alguna desvergüenza política. El periodista Luis María Ansón,
de la Real Academia Española, en una de sus sabias y
recientes columnas de “Al Aire Libre”, publicadas en el
diario El Imparcial, le sobrecogía el desenfreno de los
móviles, y a quién no, afirmando que “sólo en telefonía
móvil se gasta veinte veces más de lo que sería necesario”.
Yo también considero, como dice el renombrado maestro de
periodistas, la necesidad de hacer pública la lista de los
que disfrutan de un móvil que pagamos entre todos. Y,
asimismo, la enumeración de todos los excesos, porque la
transparencia en democracia debe ser algo más que un
principio de legalidad, una regla de continua práctica.
Lástima que nos ronden tantos poderes invisibles que no lo
permitan o lo permitan transformando la mentira en verdad.
Las actuales políticas de desarrollo deben repensarse y
cambiar de orientación. El momento presente nos exige pensar
más en la pobreza, pero no con dádivas como viene sucediendo
en España, sino con políticas de empleo para que las gentes
puedan salir de la miseria por si mismas. Sí los jóvenes es
el colectivo mayor de desempleados, hagamos todo lo posible
por invertir más en la juventud, en aquellos que no pueden
ejercer algo tan innato como es el deber de trabajar y el
derecho al trabajo. El sistema no puede seguir generando una
juventud ociosa y decepcionada, y mucho menos dejarle en el
precipicio del abandono. No en vano, un naciente documento
estadístico sobre la salud de los jóvenes de la OMS, subraya
la obligación de promocionar prácticas más saludables en la
adolescencia. He aquí los datos, según la citada
organización internacional, 565 jóvenes de 10 a 29 años
mueren diariamente por violencia interpersonal y los
accidentes de tránsito provocan la pérdida de mil jóvenes al
día, muchos de los cuales se podían haber evitado.
Por consiguiente, debemos desenmascarar las políticas que no
consideran ni los derechos humanos. Lo tiene que hacer la
sociedad civil. El mundo tiene hambre de políticas éticas.
¿De qué sirve un Estado social que no redistribuye, que es
incapaz de operar una serie de transformaciones y cambios en
la sociedad? Éste es el escándalo de las sociedades
opulentas del mundo de hoy, en las que los ricos se hacen
cada vez más ricos, porque la riqueza produce riqueza, y los
pobres son cada vez más pobres, porque la pobreza tiende a
crear más pobreza. ¿Por qué no se gobierna éticamente? Por
desgracia, cohabitan multitud de poderes
invisibles-partidistas que impiden poner todos los medios
necesarios para hacer que las acciones de quien detenta el
poder sean controladas por el público, que sean visibles.
La política de derroches y charlatanes es una deformación
gravísima de los sistemas democráticos de derecho, porque
traiciona los principios de la ética y las normas de las
justicia social. Es una corrupción en toda regla. Hace falta
injertar una gran revolución ética a la política. Resulta
vital que se vayan los cuentistas del paraíso del poder para
poder regenerar la conciencia política. Sí una nación sin
elecciones libres es una nación sin voz, sin ojos y sin
brazos – como dijo Octavio Paz-, un mundo sin políticos
honestos es un planeta sin justicia, sin libertad y sin
amor, porque es ley de vida que cada ciudadano sea respetado
como persona y ayudado como ser humano, como prioridad de
todas las políticas.
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