Cada vez le doy más vueltas a este
asunto, especialmente, cuando parece que las creencias están
en desuso y, curiosamente, todos los años hay decenas de
miles de personas, que con la dificultad que entraña un
largo viaje a pie, se disponen a hacer una ruta en la que
nadie es un extraño para aquellos con los que se encuentra.
¿Es, realmente, fe lo que mueve a estas gentes?. ¿Es viajar
y hacer turismo de forma económica, ahora que las finanzas
de las gentes están flojas?.
Particularmente, creo en lo primero, y aunque parezca
mentira, cada día son más los jóvenes que lo hacen y con los
medios menos cómodos que estén a su alcance.
Y además, ya no se hace, únicamente, el Camino de Santiago,
desde la zona pirenaica, Roncesvalles, hasta Santiago de
Compostela.
Las dos rutas pirenaicas siguen como siempre, pero a éstas,
ahora, se añaden otras más, como por ejemplo la de la Ruta
de la Plata. Algo así, como en tiempos romanos, “todos los
caminos nos llevan a Roma”, que cambiaríamos hoy por “todas
las rutas nos conducen a Santiago de Compostela”.
El camino, a través de la Ruta de la Plata, puede tener algo
de piedad o fe, pero, también, algo o mucho de turismo
rural, por unas zonas en las que las huellas romanas son muy
importantes, yendo del sur al norte por la parte occidental
de la Península.
Las cifras de peregrinos, que se dan, depende donde, son
siempre enormes, pero no siempre las mismas, en las
distintas partes en las que nos las proporcionan, con lo que
el número exacto de hombres y mujeres que hayan hecho “su”
Camino de Santiago, es difícil de lograr. Sin embargo, lo
que sí hemos logrado desde hace muchos meses es restaurar
una mentalidad piadosa, por unas rutas que, históricamente,
no pasan de ser una ilusión.
Y lo que más me sorprende de todo esto, a mí que he nacido
en el seno de una familia creyente y soy creyente “a mí
manera”, es que aquellos que hacen la ruta, no son frenados
por el sol o el frío, por la lluvia o, a veces, la nieve, ni
por otras dificultades que, en un viaje así, van surgiendo a
cada paso.
Aquel que se dispone a hacer el camino, sabe que las
comodidades han quedado aparcadas para otros momentos, que
las comidas serán no lo que él quisiera, sino lo que vaya
saliendo y los alojamientos que encuentra serán sencillos,
sin lujos y con no demasiadas comodidades.
¿Qué nos dice todo esto?. Lo primero que las necesidades nos
las creamos nosotros, que los lujos, cuando entramos en el
campo espiritual no cuentan demasiado y que la felicidad no
la aportan las riquezas ni los bienes materiales, tan sólo,
sino el deseo de vivir con ilusión, con sencillez y sin
aspiraciones a todo lo superficial.
Y hoy, con vehículos de grandes cilindradas y muy rápidos,
con trenes de alta velocidad o con vuelos a velocidades
extraordinarias, no hay viaje, de lujo, de placer o de
vacaciones, que colme al que lo hace, como viene colmando,
desde antiguo y por caminos de herradura o incluso peores,
el Camino de Santiago.
Este año, con lo que significa que la festividad de Santiago
Apóstol haya caído en domingo, está siendo la apoteosis,
pero el próximo, estoy convencido de que, estará igualmente
plagado de peregrinos, por esas “rutas de fe”, en dirección
a lo que hoy es la capital de Galicia, Santiago de
Compostela.
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