Por razones de vida y salvaguardia
de las especies, por cuestión estética y fundamento ético,
por necesidades ambientales y humanas, es necesario
impregnar el planeta de verde bosque. La deforestación que
vive hoy el mundo amortaja existencias, la del ser humano
también. La masa forestal debe crecer mucho más, cuidarse,
protegerse de cualquier explotación salvaje. Lo dicen todos
los expertos. Son vitales para nuestra subsistencia, forman
parte de nuestro sostén, conforman nuestro espíritu.
En relación a esta vitalidad, tan precisa como inevitable,
la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y
la Alimentación, inmortalizaba un hecho reciente. Alrededor
de un millón de personas en un condado Chino, se benefician
de la capacidad de los bosques de álamo para rehabilitar
llanuras y promover de esta forma actividades agrícolas.
Desde luego, estas especies de árboles prendidos a la luz y
de temperamento robusto, están predestinados como
protectores. No en vano, el cultivo de álamos se ha
popularizado en las plantaciones agroforestales y a pequeña
escala en otras regiones de China. “Planta la montaña yerma
con árboles, convierte al desierto que avanza en oasis” son
frases con rima utilizadas por los defensores chinos del
medioambiente en referencia a la Gran Muralla Verde de
bosques de álamo y sauce, plantados para frenar la erosión
del suelo y reducir la intensidad de las tormentas de arena.
Los álamos, no es nuevo, han encendido versos por doquier.
Yo también he vuelto a los álamos dorados de Machado, son
alma del viento perfumando en primavera; a los álamos de
plata de Lorca, aquellos que se inclinan sobre el agua y
todo lo saben; a los álamos de mi infancia por Cuevas del
Sil y Laciana, en tierras de León, los primeros que me
llamaron a la poesía y donde dibujé el primer corazón. Ellos
han sido el refugio de tantos amores perdidos y hallados. La
literatura y el arte están impregnados de su perfume.
Siempre han sido guardianes. Unas veces para el amor y otras
para la seguridad alimentaria como es el caso del condado
Chino. Declaro, pues, a los bosques de álamos como la tierra
del Parnaso y, asimismo, como el cielo de la luminosidad. Su
resistencia alcanza la luz y abraza todos los suspiros. Por
tanto, aún si se acabase el mundo ahora mismo, pediría
tiempo para plantar un álamo y, así, poder injertar su
abecedario bienhechor al planeta.
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