Hoy por hoy es el hotel más famoso
de España. Y sin duda alguna el más abolengoso de Andalucía,
con permiso del sevillano Alfonso XIII. Los americanos no
son “precisamente” crédulos ni van atontolináos, como los
pobres guiris que son víctimas favoritas de las mafias
rumanas del robo que operan gozosamente en nuestro país.
Si la Obamesa y la pequeña y linda Obamesita vienen a
Marbella a este hotel es porque se trata de un lugar
absolutamente mágico. De ahí las iras de la periodista de El
Mundo Carmen Rigalt que acostumbra a vacacionar parte del
mes de agosto en Marbella para realizar desde aquí sus
aburridas críticas plagadas de “gracietas” que tan solo
hacen gracia, probablemente, a quienes la contratan pero
que, en Andalucía, suenan esaborías y llenas de malaje.
Precisamente en la contraportada de El Mundo del domingo
denomina al lujoso establecimiento “el colmo del “kitsch” de
cartón piedra” y añade que está lleno de “tallas falsas”. De
ahí se evidencia que Ricardo Arranz y la linda Alicia
Villapadierna no la han invitado a pasar sus días de asueto
en el hotel, ni la han invitado a absolutamente nada, ni
cenas para la prensa, ni agasajos, ausencia total de
vasallaje para esta recurrente Rigalt que debe tener ya más
años que un saco de gnomos si se hace memoria de los agostos
y más agostos que vuelve a la ciudad para denostar a tal o
cual personaje. Según le dé.
Pero difamar y desacreditar al mejor hotel de la Costa del
Sol no va a salirle gratis. Me parece. Por si acaso y para
comprobar los hechos “in situ” yo aconsejaría a los lectores
que se desplacen por esos lares, alargarse a merendar en las
preciosas instalaciones del Villa Padierna, que es una
especie de Shangri-la de serenidad y de buen tono. Joder, te
tomas un café y te sientes importante, mismamente como en el
escenario de una película de Visconti. Es todo tan hermoso y
de tan buen gusto y el servicio tan profesional que no
parece “de verdad”. Allí les garantizo que “jamás” se
montaría una “fiestuni del champagne” tipo Nicky Beach, con
las damas en tanga y los árabes y los italianinis luciendo
en la muñeca Rolex de oro y brillantes del tamaño de
paelleras, todo ello en plan “pachanguéo” y con mazo de
“chumba-chumba” ¡ y vengan culos operados! ¿Qué si esta
aseveración puede considerarse una crítica al chumba-chumba
y al waka-waka chorreando champagne pegajoso? En absoluto.
Cada cual se divierte como le apetece y cualquier instante
de contento y de risas es de por sí positivo. Eso es lo que
nos vamos a llevar en el equipaje cuando partamos, el
recuerdo de los buenos momentos.
Aunque yo prefiero la elegante quietud del Villa Padierna y
el contento de disfrutar de una decoración de calidad
museística, mi anciano esposo Erik el Belga se extasia con
ese hotel y dice que, estética y cromáticamente es perfecto
y que el paisajismo es precioso. Los Obama van a disfrutar
porque si mi viejecillo dice que algo es bello es que lo es,
porque sensibilidad para el arte le sobra. Aunque, como es
lógico, nada es absolutamente perfecto.
De hecho he comprobado que ese hotel presenta fallos.
Concretamente un fallo garrafal. Porque está restringido a
personas con alta capacidad adquisitiva en exclusiva y
parece mentira que siendo quien es Alicia Villapadierna no
haya considerado la iniciativa de reservar unas cuantas
estancias, no para los millonarios en machacantes, sino para
los ricos en excelencia y sabiduría. Me explico. Considero
que, los alumnos números uno de las distintas promociones de
las universidades españolas o de la FP superior, los
excelentes, los que se despellejan los codos y se dejan las
pestañas en los libros, tienen “legítimo derecho” a
disfrutar de ese hotel excepcional, una semanita de premio
para los excelentes, con todos los gastos pagados. Porque
esos chicos y chicas “merecen” ser premiados y disfrutar de
los idílicos jardines y de la piscina y de las obras de arte
y de la artes culinarias de sus aristocratosos chefs. ¡Lo
disfrutarían a tope! Y sería a la par recompensa y estímulo,
incentivo para ponerse aún más las pilas y seguir estudiando
y formándose para, algún día, poder acudir por derecho
propio al Villa Padierna como clientes.
¿Qué murmuran con esas caras, que parecen la Rigalt antes de
pasarse por las inyecciones de ácido hilaurónico, es decir,
una momia egipcia en ayunas? ¿Qué es una frivolidad poner
como meta el poder ser cliente de un hotel de ensueño? Sí. Y
es una frivolidad comprarse un cochazo y un pisazo. Y una
frivolidad cutre irse a veranear a Cancún. O embarcarse en
el llamado “crucero potajero” que es uno que hace Tarifa-Agadir-Lisboa
y que esquilma los ahorros de todos los pobres de las
barriadas de Málaga ¡loquitos están por irse al potajero!
Porque, viajar no se viaja mucho, pero dicen que te pones a
diario ciego de comer y te bebes hasta el agua del grifo del
camarote del capitán.
Vale, vale, no es el Villa Padierna, es otro estilo miajita
más populista, pero hacen bailongos y cuando estás todo
ciego se baila la conga y se canta “Que viva España”. ¿Saben
que les digo? Que lo guay es ser capaz de pasárselo bien en
ambos destinos, en el hotel de la Obamesa y en el crucero
potajero. Y sentir en ambos un gran contento. Aunque para
los excelentes prefiero que Ricardo y Alicia les premien con
una semanita de arte y belleza en el hotel.
Y a la Rigalt que la embarquen en el crucero y que allí se
dedique a tratar de hacer “gracias”, con sus críticas al
personal, que se iba a enterar.
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