Llegó agosto. Porque así nos lo
indica la medida del tiempo: o sea, el calendario. Lo cual
nos permite decir que, cuando finalicen las fiestas
agosteñas, las dedicadas a la Virgen de África, una especie
de calma chicha se adueñará de la ciudad. A partir de ese
momento, reinará cierta quietud y se notará un descenso en
todas las actividades. Es una quietud tan extraña como
falsa; pues septiembre está a la vuelta de la esquina y con
su presencia volverán a producirse las convulsiones
correspondientes.
Agosto, se ha dicho hasta la saciedad, es un espacio de
tiempo en el cual los periodistas se las ven y se las desean
para hacer el periódico. Debido a que los políticos se toman
un respiro y generan menos noticias que nunca. Es también
cuando levantes y nieblas le confieren a la ciudad un aire
marinero que me chifla.
Agosto es un mes donde casi todos solemos darnos una tregua
en cuanto concierne a nuestras relaciones con los demás. Es,
como acostumbra a decir alguien a quien aprecio, tiempo para
que cesen las hostilidades y aflore la cortesía y buena fe
para distinguir las voces de los ecos. En suma: es
recomendable no crisparse ni crispar. Y es más que saludable
hacer un alto en el camino para ver si es posible que “se
apague la luz propia a fin de que brille la ajena”
–perdónenme la cursilería. Por más que sea copiada.
Muchas personas aprovechan la llegada del octavo mes del año
para cambiar sus costumbres; es decir, para darles un regate
a lo habitual que amenaza con convertirse en rutina. Para
pensar en otras cosas: leer los libros que no han podido en
meses anteriores o bien viajan hasta el fin del mundo para
respirar otros aires.
En mi caso, lo primero que haré es dejar de escribir en este
espacio que me tiene cedido el editor. Se impone, pues, el
agradecimiento a José Antonio Muñoz. Y desearle
suerte en la nueva aventura futbolística que ha emprendido.
Frecuentaré la playa de El chorrillo, durante las mañanas, y
luego dedicaré un tiempo a reflexionar y a poner en orden
mis dudas; que son más que mis certezas. Aunque a mi edad
tampoco creo que deba calentarme mucho la sesera. Por si
acaso me lleva un siroco a cometer desatinos nada acordes
con los años que uno ya ha cumplido. Lo digo porque nunca se
sabe lo que puede pasar en un mes.
En fin, que estamos en el mes donde Ceuta celebra sus
Fiestas Patronales. Y, aunque soy poco dado a vivir la Feria
con la intensidad que cabría por mi condición de sureño,
haré todo lo posible por pasear un día el recinto ferial. Y
lo haré como lo he estado haciendo desde que llegué a esta
ciudad: cenando en la terraza del Parador Hotel La Muralla y
partiendo desde tan extraordinario sitio hacia la Marina. Ya
ven ustedes como uno, que deja entrever no ser
tradicionalista, tampoco es ajeno a gozar de las costumbres
adquiridas.
Así que me despido de ustedes hasta septiembre. Para
continuar la tarea que emprendí hace ya casi seis años en
‘El Pueblo de Ceuta’. Una tarea que a muchos les hace tilín
y a otros muchos les parece que el que la firma peca de
pedante, de prepotente y de no sé cuántas cosas más. Desde
luego ninguna buena. Y están en su perfecto derecho de
resaltarlas. Tanto como tengo yo a defenderme. Pero no crean
que se librarán de mí. En absoluto. Puesto que seguiré
dándole vida a la sección que lleva por título “Miscelánea
semanal”. Disfruten de los baños.
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