Llegó para decirme que el
sustituto de Ángel Gómez en la Policía Local no puede
disfrutar del rango de Superintendente Jefe. El cual deberá
ganarse por medio de unas oposiciones. Así que no tuve el
menor inconveniente en reconocer que había errado
concediéndole semejante categoría a José Antonio Sorroche,
en la columna del jueves pasado. Un despiste monumental por
mi parte.
Reconocido mi error, le pregunté a quien vino a reprenderme
por haberle dado a Sorroche el mismo tratamiento que a
Gómez, si el Superintendente Jefe estaba muy afectado por el
varapalo recibido. No pude sacarle ni una sola palabra a mi
interlocutor, se quedó silencioso frente a mí y parecía una
esfinge.
Transcurridos unos minutos de silencio, embarazoso, el
hombre se dignó decirme que AG se había marchado de
vacaciones. Y a mí se me ocurrió contestarle que las tiene
muy merecidas. Puesto que ejercer de Superintendente de la
Policía Local debe de ser extenuante. Yo me atrevería a
decir que agotador. De hecho, hace tiempo que venía yo
observando el estrés calcado en las mejillas del que ha sido
topoderoso jefe de la PL.
Así que tentado estuve de pedirle al amigo de don Ángel que
me diera el teléfono de éste para llamarle. Ya que los
conocidos estamos para hacernos notar en los momentos donde
unas palabras reconfortantes nunca vienen mal. Pero me
contuve. Debido a lo reciente de la herida. Y no quise
hurgar en ella para sacarle provecho.
Aunque tampoco es menos cierto que AG, tan curtido en tales
lances, me hubiera sorteado con el estilo inconfundible de
lo que es: castellano viejo y acostumbrado, por tanto, a
deleitarse con longanizas de la tierra, regadas con los
caldos del Duero (a propósito: Ángel, no te olvides de
obsequiarme con algún producto de tu tierra. De modo que
espero tu regreso cuanto antes).
La historia de Ángel Gómez al frente de la Policía Local
está repleta de éxitos y, por supuesto, de yerros y
enfrentamientos. Por lo que hubo momentos en los que se le
auguró la más que probable salida por la puerta trasera de
la institución.
Quién no recuerda lo ocurrido siendo Francisco Fraiz
un alcalde que se mostraba tonante y desabrido contra el
Jefe de la Policía Local, cuando éste aún no era
superintendente. Y qué decir de cómo le afectó la llegada de
Antonio Sampietro al poder. Pues bien, de todos esos
aprietos y de otros más salió ileso AG. Y, más que ileso, es
justo decir que salió reforzado en su puesto. Y quienes le
habían ninguneado, convencidos de que ya estaba dispuesto
para el arrastre, tuvieron que rectificar, deprisa y
corriendo, para seguir sus pasos. Si no querían pasarlo mal.
Por lo tanto, llevo varios días dándole vueltas al asunto y
he llegado a la siguiente conclusión: algo gordo ha debido
suceder para que el presidente de la Ciudad haya dado
semejante paso: es decir, el de mandar a AG al ostracismo.
Otorgándole un empleo que ni es chicha ni limoná y en el que
se aburrirá de lo lindo. Una situación, pues, de difícil
aceptación para quien ha estado acostumbrado a mandar mucho.
Pero mucho. Y a manejar muchas cosas. Máxime sabiendo el
presidente cómo se las gasta el superintendente: capaz de
reaparecer con el mismo éxito de antes cual una nueva Ave
Fénix (Ah, a quienes pueda interesar: Pedro Gordillo y Ángel
Gómez eran muy amigos del consejero de Gobernación).
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