Vivimos en una mundanal confusión
que nos enmaraña hasta los sentimientos más interiores. En
ocasiones, debido a este caos inhumano injertado en vena por
los devoradores de principios naturales, sucede que
respetamos más a un animal que a un niño. No digo que esté
mal cuidarles; pero no se puede desviar hacia ellos el
afecto debido únicamente a los individuos. Por ejemplo,
resulta un contrasentido que Cataluña prohíba los toros y
que, por otra parte, se quiera dar carta blanca al negocio
del aborto. Más sinrazones: mientras millones de personas se
mueren de hambre, también aumentan los hoteles para mascotas
y perros. Otro gran lucro. Ciertamente, es paradójico a la
dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales,
pero también considero vergonzoso e injusto invertir
caprichosamente en ellos antes que en las personas. Este
mundo decadente necesita ponerse en orden y saber discernir
lo prioritario de lo accesorio, lo esencial de lo
secundario.
La manipulación está a la orden del día. Siempre hay alguien
que te dice lo que debes hacer, a veces hasta te obliga
porque es lo políticamente correcto, y a uno tampoco le
dejan ni tiempo para pensar, que es lo verdaderamente
interesante. Por consiguiente, también nos hallamos bajo una
manipulación perversa, muy sutil, pero que ahí está,
confundiéndonos de camino, reduciéndonos a la nada,
vapuleándonos a sus intereses, perturbándonos la
convivencia. Los valores humanos son demasiado nobles para
ser mezclados en luchas políticas o para promover contiendas
sin sentido. El intelecto humano nos distingue de los
animales. Con razón, se dice que los mortales no es más que
lo que la educación hace de él. Por tanto, no se puede
educar en el desconcierto ni predicar sin referentes.
De igual modo, está muy mal que a los animales se les niegue
una libertad que la propia naturaleza les ha dado, esta
prisión es un maltrato en toda regla, como también es
horrible que el hombre siga siendo un lobo para el hombre.
Es justo y preciso que demos valor a la responsabilidad de
proteger el medio ambiente, las plantas y los animales, pero
no menos razonable es el deber de cuidar del ser humano, por
lo que es y representa, sobre todo lo demás. Sin duda, una
civilización se puede juzgar por el corazón de sus gentes,
por la ayuda que se presten entre sí, pero de igual modo por
la manera en que trata a sus animales. Por desgracia,
nuestra cultura en estos lindes diferenciadores de personas
y animales navega en el irresponsable desorden.
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