Dentro de unos meses,
concretamente en febrero, cumplirá una década en el cargo. Y
será loado, ensalzado, enaltecido, aplaudido, aclamado... Lo
mismo que ha venido ocurriendo cada año desde que, debido a
un voto de censura contra el entonces presidente, Antonio
Sampietro, se convirtió en el político más querido,
respetado y votado por los ceutíes.
Juan Vivas, creo haberlo dicho ya en varias
ocasiones, tiene el don de caer bien allá donde acude. Su
presencia despierta simpatía y a su alrededor se genera un
ambiente favorable hacia su persona. A alguien así, que es
capaz de ejercer semejante atracción, no hay más remedio que
reconocerle que tiene algo especial. Por más que uno se
empeñe, cada dos por tres, en verle la parte más prosaica y
endeble de su repertorio.
En casos así, o sea, cuando hay personas que suelen ganarse
el afecto de los demás antes incluso de abrir la boca, la
gente dice de ellas que son carismáticas. A mí, la verdad
sea dicha, me repatea tal adjetivo y, por tanto, me quedo
mejor con el sustantivo encanto.
Se encanta a la gente por tener un buen cuerpo, por tener
una gran voz, por haber inventado la penicilina o por
expresarse de manera que Castelar y Azaña se
hubieran visto obligados a acomplejarse de su oratoria.
Pues bien, buscando afanosamente las cualidades que
posibilitan que Vivas sea el centro de atención de todas las
miradas y consiga despertar tanta admiración como para que
la gente acuda deprisa y corriendo a votarle, realmente no
damos con ellas. Lo cual, sin duda, le concede aún más valor
al personaje.
El personaje volverá a ganar las elecciones. Y no hace falta
que las encuestas lo vaticinen. Y lo hará por goleada. Para
desesperación de sus adversarios políticos. Quizá, miren
ustedes por dónde, el encanto de Vivas radica en que cuando
los ciudadanos deciden compararlo con otros candidatos se
dan cuenta de la diferencia abismal que existe y deciden
seguir votándole sin el menor asomo de duda.
Pero los ciudadanos ha de saber que el poder, por más que
digan que desgasta a quien lo persigue más que a quien
disfruta de él, ha empezado a hacer mella en el presidente
de la Ciudad. Y, aunque es bien cierto que Vivas no sufre
críticas inclementes ni tampoco nadie se ensaña con él
diariamente, comienza ya a dar pruebas de que el poder
envejece. Debido a que mandar es terriblemente difícil. Y la
toma de decisiones lleva consigo un desgaste enorme.
Me consta que el cansancio se está apoderando del
presidente. Y, aunque lo combate andando y nadando, bien
sabe él que ese malestar, porque malestar es la fatiga
física, procede de las preocupaciones que le van invadiendo
a cada paso. Y que se van acumulando con el paso del tiempo.
Y, cuando eso ocurre, quien manda tiende a ser taciturno. Y,
claro, empieza a perder frescura. Y tras esa pérdida de
vigor, se va difuminando la facilidad de expresión. La que,
según Giulio Andreotti -aquel presidente
italiano que cantó el triunfo de Italia en el Mundial 82,
hace que el poderoso sea más fuerte en su cometido.
En suma: deseamos que el presidente de la Ciudad se recupere
de sus problemas físicos. Porque uno, a pesar de los
pesares, no deja de reconocerle sus méritos. Indiscutibles.
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