Lo primero que hago cada mañana,
salvo excepciones, a partir de las diez, es leer las
noticias del día. Por más que, desayunándome, tres horas
antes, haya procurado informarme por medio de la radio de
cuanto ha acontecido en la ciudad.
Es una tarea que llevo ejerciendo desde hace muchos años. No
sólo con el fin de enterarme de cuanto ha pasado en Ceuta,
sino obligado por las circunstancias de tener que opinar
diariamente a fin de que muchos lectores disientan de mí.
Porque malo sería llegar a la conclusión de que uno
escribiendo no consigue disgustar a más de la mitad de sus
lectores.
Tras ponerme al tanto de todas las noticias, durante unos
minutos quedo en silencio, expectante, la mirada perdida,
“pensando el tema”, como Ortega aconsejaba. Hasta
que, de repente, me decido por un asunto y comienzo a darle
vida. Tarea nunca fácil y menos en una ciudad pequeña en la
cual los intereses son tantos y el sentido del ridículo
atenaza a muchos más. Y si a lo dicho se le suma que aquí no
suceden muchas cosas como para sacarle punta, y otras que
son incontables, me permito asegurar que hasta quienes me
ponen a parir, entienden que escribir todos los días de
cuestiones locales es muy complejo y en algún momento dirán:
-¡Vaya habilidad que tiene el h. de p...”. Y con ese elogio,
el mayor de los elogios que uno puede esperar, declaro que
me doy por satisfecho. No aspiro a más.
Hoy, miércoles, cuando escribo, lo primero que aspiraba,
como cada mañana, es a encontrar una noticia que me diera
motivos suficientes para expresar mi opinión. De manera que,
una vez más, fuera posible ganarme los “grabieles”. Puesto
que se escribe, ya se lo dijo Azorín a Gonzalo
Fernández de la Mora, cuando le contaba todo acalorado
al maestro, que él escribía para salvar y cantar a la
patria, regenerar España, explicar a Dios y otros misterios.
Y el maestro le responde, tranquilo:
-Yo escribo para comer.
Vaya arte, el de Azorín.
Para comer -que es lo principal- y después interesar,
agradar y, cómo no, para que disientan de mí los lectores,
tendría yo que haberle dedicado la columna entera a Ángel
Gómez. Explicando, de pe a pa, los motivos que puedan haber
habido para que, de la noche a la mañana, se vuelva a
recuperar la figura del director general de Protección
Civil. Y que haya sido AG el elegido para ponerse al frente
de esa dirección. Cuando todos sabemos lo mucho que éste
luchó para conseguir ser nominado superintendente Jefe de la
Policía Local.
Dado que aún no he tenido la oportunidad de hablar con el
nuevo director general de Protección Civil, estoy sin verle
la cara que se le habrá quedado con el trueque, a mi
estimado Ángel. Y, sobre todo, no sé si me dirá que está muy
agradecido por el ascenso o bien se atreverá a largarme por
lo bajinis como él sabe hacerlo.
Sea como fuere, ya habrá tiempo de tomarle el pulso a un
hombre que ha sabido siempre salir del ostracismo con una
facilidad pasmosa. En fin, que mientras que me llega la
oportunidad de conocer pormenores del cambio que se ha
producido en la Policía Local, lo primero que se me ocurre
es felicitar a José Antonio Sorroche: nuevo
superintendente Jefe, y desearle suerte. La va a necesitar.
Claro que sí.
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