Hace ya bastantes años, trabajé
codo a codo con un directivo de un club, pieza de vital
importancia en la sede, que era persona cordial, culta y de
conversación amena. En realidad, cuando más trato teníamos
era durante las mañanas. Y puedo asegurar que transmitía
optimismo y alegría a cuantos le frecuentábamos.
Varias veces le invité a comer, las mismas que él procuró
eludir con la habilidad que le caracterizaba en todos los
sentidos. Hasta que un día, la secretaria del club, que
estaba conmigo a partir un piñón, me puso al tanto del
motivo por el cual VT no aceptaba mis invitaciones.
Mira, Manolo, me dijo María José, secretaria
tan eficiente como dueña de un cuerpo que levantaba...
corazones a su paso, no te molestes en invitar a VT porque,
mientras pueda, te seguirá dando larga. Y no porque seas tú,
que me consta el aprecio que te tiene, sino porque lo hace
con todo el mundo. Y, cuando ya le es imposible negarse,
acude a la comida cual las reses van al matadero.
-No te entiendo, María José...
Según sé, me respondió ella, VT suele padecer de gastritis
después de comer. Y en su caso, no se le puede achacar a que
tal irritación se la produzca su mal genio. Ya que su
carácter es apacible. La cuestión es que, apenas comenzada
la digestión, se pone intranquilo. Se desasosiega. Se
inquieta. Y se transforma en otra persona bien distinta a la
que todos conocemos, queremos y respetamos. Así que intenta
por todos los medios no compartir mesa y mantel en la calle.
Viene lo escrito como anillo al dedo para ilustrar la razón
que he tenido para llamar al Hotel Tryp, muy de mañana, a
fin de excusar mi presencia en una comida a la que fui
invitado, hace días, por Luis Parrillas: empresario
cordobés, tan conocido, querido y respetado en esta ciudad.
Y Se me ha puesto al teléfono la encantadora Yoaina,
recepcionista, siempre tan jovial y atenta, y le he dicho
que por mor de una gastritis le ruego que le comunique al
señor Parrillas, que llegará acompañado de su señora, que me
es imposible acudir a su encuentro, acordado a la una de la
tarde. Para, una vez tomado el aperitivo, comer en el
Refectorio: restaurante que había sido elegido para
compartir una sobremesa distraída y agradable, en un
ambiente distendido.
Pero mi gozo en un pozo. Y es que la gastritis que padezco
es de cinco estrellas. Y me ha cambiado el humor de tal
manera que ni siquiera Luis Parrillas, con su sempiterno
optimismo y su vitalidad inagotable, podría hacer el milagro
de que yo acudiera a la cita en condiciones de amenizar el
momento con mi forma de ser. Aunque debo decir que mi
malestar es distinto al de VT, personaje al que me he
referido para ilustrar esta columna. Pues mi gastritis es
pasajera.
Aun así, todavía tengo fuerzas para confesar que este
empresario, tan celebrado por cuantos le conocen, no cesa de
hacer proselitismo de esta ciudad y de su gente, allá por
donde va. Y, aunque no es la primera vez que doy fe de ello
en este espacio, ahora lo hago también para presentar mis
respetos a su esposa. Con la que Gloria –mi mujer- y yo, sin
duda, hubiésemos disfrutado de su presencia y de su
conversación. Mis disculpas, pues, a dos cordobeses a los
que no se les cae el nombre de Ceuta de la boca.
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