Dedicarse a la enseñanza en
Afganistán, como ya nos podemos imaginar, implica un enorme
riesgo. Mayor si se trata de una mujer. Es el caso de
Nazeeren, que se decidió un buen día a crear su propia
escuela.
Anclada en un mar de arena y custodiada por inmensas y
áridas montañas, la aldea de Sheik Mesri, es el hogar de
unas 4.000 familias que han regresado a Afganistán tras el
éxodo masivo provocado por 30 años de guerras. Esa enorme
extensión de tierra yerma se ha convertido en la “tierra
prometida” de todos aquellos que se vieron obligados a
emigrar a Pakistán, varias décadas atrás. La cercanía del
legendario paso Khiber, la puerta conflictiva área tribal
paquistaní, facilita, además, el movimiento de combatientes
talibanes a ambos lados de la frontera.
Hace algo menos de año y medio, Nazeeren Majeed, afgana
nacionalizada estadounidense, decidió crear su propia
escuela clandestina para niñas y mujeres en esta aldea.
“Decidí establecerme aquí porque, aparte de las necesidades
de las gentes, este lugar es más seguro que otras áreas del
distrito de Minawaled, o que la propia capital, Jabalad”,
explica Nazeeren.
En total unas 500 niñas y también algunas mujeres de esta
aldea reciben clases de lectura, escritura, contabilidad y
lengua extranjera, algo impensable en las zonas rurales de
Afganistán, donde el nivel de analfabetismo supera el 90%.
“Estas niñas serán madres el día de mañana. Ellas son el
futuro de Afganistán”, dice Nazeeren, esperanzada. “Esta
gente es pobre, pero tiene un alto potencial de
inteligencia. Sólo necesita recibir una buena educación.
Insiste Nazeeren.
Conviene tener en cuenta que el régimen talibán suprimió la
educación, si bien, el Gobierno del Presidente Karzái,
mantiene un bajo perfil educativo. Pero, por otra parte, en
la actualidad, después de nueve años de intervención militar
extranjera, los multimillonarios fondos destinados a
proyectos de educación, han caído en manos de las corruptas
instituciones afganas.
Antes de la supresión de la educación por el régimen talibán,
se permitió a las niñas de hasta seis años asistir a las
escuelas, pero se les prohibió continuar los estudios más
allá de esa edad. Además, las familias, especialmente los
pashtunes -la etnia más importante de Afganistán- han
contribuido al absentismo escolar de sus hijas.
Los principales problemas son: la falta de aulas en las
escuelas gubernamentales (públicas) y de muros de
protección, razón por la cual, los padres no permiten a sus
hijas que estudien juntos a los alumnos y temen que puedan
ser vistas por otros hombres en el patio de la escuela. “Es
muy difícil romper con las tradiciones. Los hombres no
quieren que sus mujeres trabajen o que sus hijas aprendan en
las escuelas”.
Nazeeren, heroína del problema educativo de Afganistán,
afirma: “Podría decirse que he tenido suerte, ya que el
anciano de la Comunidad, el hombre que tiene algo más que la
autoridad moral, me ha permitido continuar con esta
iniciativa educativa, siempre y cuando se incluya en mi
proyecto dar lecciones de Corán en el Centro”.
Pero Nazeeren teme por su seguridad y la de sus alumnas,
pues no es la primera vez que recibe algún tipo de amenaza o
advertencia de los talibanes. “Desde hace unos meses no voy
a ningún sitio sin tener escolta. Alguien telefoneó a mi
casa y me amenazó con atacar el centro si continuaba
dándoles clases a mis alumnas”.
A pesar de ello, la valerosa Maestra, está convencida de que
“la reconstrucción de Afganistán sólo será posible si las
mujeres ocupan un papel activo en la sociedad afgana. No es
un acto de fe. Ningún país puede liberar a otro. Es nuestra
responsabilidad formar a la ciudadanía en valores y derechos
humanos para abrirnos a la democracia”. Pero, puntualiza que
es necesario “apoyo a la educación”, porque a su juicio, “es
la clave para la emancipación de la mujer afgana y del
verdadero desarrollo del país”.
Todo hasta aquí nos parece una utopía, porque a las grandes
dificultades que mencionamos, propias de un país donde la
mujer apenas es considerada, hay que añadirles los escasos
recursos económicos y, por supuesto, el poco apoyo que
recibe de las autoridades gubernamentales. Cuando se dice
que tiene que atender a 500 niñas, lo primero que se
pregunta uno es cómo se puede atender a un grupo tan
numeroso por una sola maestra. Aquí diríamos que es
imposible atender un ratio tan grande, pero Nazareen cuenta
con tres maestras voluntarias, y entre las tres se reparten
las mañanas y tardes. La escuela es un habitáculo de paredes
desconchadas, donde de una de las paredes cuelga una
deteriorada pizarra, producto de una donación. ¡Y a falta de
pupitres y sillas, las alumnas se sienten en el suelo sobre
una vieja y estropeada alfombra, para seguir las clases!
En el más difícil todavía, teniendo en cuenta que lo que
realmente hay en Afganistán es una guerra, no sólo contra
los talibanes, perfectamente infiltrados entre la población;
también tienen que enfrentarse a la corrupción de las
autoridades, que llega a niveles alarmantes. En sus cálculos
más optimistas, la OTAN había planeado acabar la ofensiva
antes de que llegase el otoño. Incluso se pensaba que para
finales de Agosto. Ahora no parece tan claro, con un futuro
incierto… Y Nazareen aportando su granito de arena
intentando sacar a su pueblo, con su modesta aportación en
su aldea, del caos que se vive en su país.
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