La selección española de fútbol
sigue acaparando la atención. De modo que los aficionados
apenas hablan del trabajo que vienen realizando los equipos
de sus amores. Algo que, por estas fechas, no dejaba de ser
la comidilla principal de tertulias y corrillos. En mi caso,
dado que desde hace varios años vengo escribiendo sobre la
pretemporada, no tengo el menor inconveniente en volver a
las andadas.
El trabajo en la pretemporada es vital para sentar las bases
primordiales, destinadas a obtener los resultados adecuados
a las aspiraciones de cada club. Lo dicho no deja de ser una
obviedad. Pero hay que decirlo. A la cita de la pretemporada
llegan los componentes de las plantillas, todos, salvo casos
aislados, convencidos de que sus posibilidades son máximas y
dispuestos a encandilar a los técnicos. Los jugadores
aceptan muy bien el sudar la gota gorda. Derrochan
entusiasmo durante las sesiones de entrenamientos. Y
procuran por todos los medios estar atentos a las
indicaciones de quienes los dirigen.
Los jugadores suelen mostrarse afables. Evidencian educación
a raudales. Y parecen vivir en permanente estado de alegría.
Una actitud que, no existiendo problemas familiares o de
otras índoles, es la lógica entre jóvenes que ganan mucho
dinero por practicar un deporte que les chifla.
En la pretemporada, el entrenador está sometido a los
juicios más variados. El de los jugadores, el de los
directivos, el de los periodistas y, cómo no, ya empieza a
ser calibrado por los aficionados que acuden a las sesiones
preparatorias. Los primeros comentarios en relación con su
trabajo están cortados siempre por la misma tijera -máxime
cuando son nuevos en la plaza-: este entrenador tiene las
ideas muy claras; sus métodos de trabajo son atractivos;
sabe lo que hace y, además, lo hace bien. Y en lo tocante al
aspecto humano: le valoran el que no se le escapa un detalle
con el que dar ánimos a los futbolistas. Y los empleados del
club hablan maravillas de él. Se puede oír a cada paso: es
el más cercano de cuantos han pasado por aquí.
Pasado un tiempo, y como los entrenadores suelen decir, el
día de la presentación, que su vestuario –hace ya mucho
tiempo que tienen despacho- está abierto para todos los que
deseen hablar con ellos, dos o tres futbolistas de los que
han jugado poco en los partidos de preparación, llaman a la
puerta y son recibidos. Y lo primero que les dicen a los
entrenadores es si cuentan con ellos. Y los entrenadores les
dicen que sí. Pero que tendrán que esperar su oportunidad.
Es el primer síntoma de que la pretemporada ha finalizado y
que la alegría veraniega ha dado paso a las intrigas. Que
solamente se van desdibujando con triunfos.
La vida de los entrenadores ha mejorado en todos los
aspectos. Albricias. Cuentan con tres o cuatro
colaboradores. Y muchas comodidades. Yo entrené a un equipo
grande en Segunda División A y conté únicamente con un
ayudante que estaba físicamente derrengado. Y tuve que hacer
de preparador físico, de entrenador de porteros, de sicólogo
y no hacía de taquillero porque no me daba tiempo. Y en
Segunda B para qué hablar. Lo único que no han cambiado son
las exigencias. Así que los entrenadores que no cumplen los
objetivos previstos, acaban siendo defenestrados. Es la ley
del fútbol. Pero a mí me gustaba la pretemporada.
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