Un verdadero amigo es un regalo de
Dios. Cita anónima. Y dado que Dios, por estar en las
alturas, suele regalar poco, los mortales deberíamos
andarnos con mucho tiento a la hora de conceder semejante
adjetivo. Así que viviendo ya en edad septuagenaria, me
produce mucho miedo pronunciar un vocablo que, como el amor,
es ya impopular de tanto usarse sin tino ni medida.
Hablando en plata: la palabra amigo sólo se la puedo
adjudicar a quien suele telefonearme cada año para
recordarme momentos culminantes de mi vida. Son varios y,
desgraciadamente, los peores que he vivido. Mi amigo, el
único que se ha ganado el derecho a que yo me fíe de él, me
llama desde El Puerto de Santa María para decirme que está
dispuesto a seguirme hablando del accidente ferroviario
ocurrido el 21 de julio de 1972, viernes, entre El Cuervo y
Lebrija. Siniestro en el que murieron más de setenta
personas y los heridos fueron más de un centenar.
Sus palabras son siempre las mismas: Manolo, cada vez
que se va aproximando esta fecha, tan dura para nosotros, me
creo obligado a recordarte el comportamiento que tuviste en
la catástrofe ocurrida en el Km 86 del trayecto Sevilla a
Cádiz. Cuando el ferrobús que hacía el trayecto
Cádiz-Sevilla con 200 pasajeros y cuatro vagones, chocó con
el tren expreso Madrid-Cádiz, con quinientos pasajeros.
Sé, Manolo, que debes estar hasta el gorro de que cada año,
en llegando esta fecha, te amargue la existencia contándote
algo que jamás quisiste que se propalara y que no tengo la
menor duda de que has tratado de olvidar.
Debo decirte, Manolo, una vez más, aunque me taches de
redoblar el tambor, que muchas son las personas que siguen
nombrándote en cuanto sale a relucir aquel siniestro
veraniego que conmovió a una Andalucía que ya soñaba con los
nuevos aires de libertad que se presagiaban en esa época. En
la que, estando aún Franco vivo, tuviste el valor de
enfrentarte a todas las autoridades civiles y, por encima de
todas, a la eclesiástica.
No me cansaré nunca de ponerte al tanto de cómo hablamos de
ti en cuanto tenemos la oportunidad de reunirnos los pocos
que fuimos testigos de tu manera de afrontar un problema tan
sumamente complicado. Y, desde luego, jamás olvidaré cómo te
dirigiste a la persona enviada por la principal autoridad
eclesiástica de Sevilla, para rebatirle la idea que llevaba
para enterrar a los muertos.
En realidad, hubo un momento en el cual temimos que te
detuvieran. Pero detenerte a ti, entonces, era como soñar
con que España pudiera ganar la Copa del Mundo. Porque te
salían las palabras, en defensa de los muertos, con una
fuerza que asustaba. Porque te explicaste de manera tan
clara y rotunda que las fuerzas vivas, allí presentes por
delegación, no tuvieron más remedio que claudicar ante ti.
Y, desde luego, porque corriste hacia el sotano del convento
de Lebrija, sitio lúgubre y situado en una costanilla,
seguido de todos los familiares que reclamaban a sus
muertos. Cuando las autoridades intentaban sepultarlos en
una fosa común.
Luego, te perdiste. Te fuiste de tu pueblo. Para regresar
ocho años más tarde y llevar a cabo un trabajo deportivo que
dio que hablar...
Ah, en internet y en páginas tituladas Habitantes y Gente de
El Puerto de Santa María, también se te recuerda. Gracias al
‘Diario de Cádiz’. Hasta el año que viene: Amigo.
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