Mi relación con Emilio Carreira
ha sido siempre correcta. Aceptable le vendría mejor. Y ha
sido así, y espero que no decaiga, porque ambos nos
conllevamos. Es decir, que nos venimos soportando durante
bastantes años.
Nunca hemos pasado Carreira y yo del tratamiento
superficial. Achacado por mí, sin certeza, claro está, a que
nuestra forma de ser tan distinta hizo posible que jamás
intentáramos conocernos más, para que nuestras relaciones
ganaran en hondura. Sea como fuere, es verdad que la
distancia mantenida entre nosotros nos ha permitido seguir
hablando regularmente. Y mirándonos a la cara de manera
clara y sin tapujos.
Aunque mentiría si no dijera que, cada vez que he visto a EC
ponerse estirado y solemne –pocas veces, dicho sea de paso-,
me han dado ganas de cantarle las cuarenta. Pero pronto,
créanme, me percataba de que lo suyo era una pose para
disimular la timidez que lleva combatiendo –es mi opinión-
desde que vestía pantalones cortos. Y, desde luego, se me
bajaban los humos y regresaba, pues, al interior de mis
casillas.
También, como es lógico, me ponía en el lugar de EC. Y
comprendía, inmediatamente, que mi carácter extrovertido
casaba mal con el suyo. Y que mi vitalidad, sin duda, le
causaba trastornos a esa su manera intencionada de darle
cabida a la frialdad.
Porque a EC, por más que él lo niegue, le ha gustado siempre
trabajarse la estética de la moderación. De manera que su
vida ha estado siempre sometida a esa lucha denodada entre
lo que le exige su ebullición interior y el deseo vehemente
de evitar que le tachen de persona capaz de salirse de madre
a la primera vuelta de manivela. De perder los papeles en un
santiamén.
Más como el hombre propone y... Un día, de hace varios años,
EC dejó que su volcán interior empezara a manar lava. Y se
nos apareció hecho un basilisco. Y cuando muchos criticaban
su comportamiento. Por excesivo e inoportuno. A mí me dio,
en cambio, por festejar la manera de largar del aspirante a
la presidencia de su partido
Y lo hice, aun a costa de generarme más contrarios, por lo
mucho que me agrada presenciar el desbordamiento oral de
personas que han estado gran parte de sus vidas temerosas de
propasarse en sus denuncias. Por el mero hecho del qué
dirán... Prejuicios que algunos llevan hasta el extremo de
convertirse en sepulcros blanqueados. Esos que tienen mil
palabras buenas y no se les reconoce ninguna buena acción.
Pues bien, a EC, como escribí días atrás, su salida de tono
le costó vivir su ostracismo político. Y, durante él, me
imagino que habrá tenido tiempo suficiente para meditar si
le mereció la pena apostar tan fuerte a cambio de sufrir el
varapalo harto conocido.
El miércoles pasado, tuve la oportunidad de conversar unos
minutos con EC, no sin antes haberle dado la enhorabuena por
su nuevo cargo en Acemsa. Y, durante la conversación, pensé
en que su vuelta a un puesto relevante, seguramente estará
encaminada también a que actúe antes, durante y después de
las próximas elecciones. Y, sobre todo, me sorprendería que
no apareciera en sitio privilegiado de las listas. Pues el
presidente va a necesitar muchísimo de Emilio Carreira. Un
tímido de verdad. Ahora bien: de la ira de los tímidos nos
libre Dios. O sea.
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