Escribo cuando se está celebrando
la festividad de la Virgen del Carmen. Y se me vienen a la
memoria recuerdos de un pasado del que me fui enterando por
ser ladrón de oído antes de que me tocara vivir la realidad
de una época de la que sólo nos acordamos ya las personas de
cierta edad.
Durante esa época de la que hablo, las aguas del mar se
ponían a disposición de los ciudadanos a partir de que
fueran bendecidas por la patrona de los marineros. Tras
haber sido Ésta embarcada y paseada con fervor inusitado por
la bahía.
A partir de ese momento, los médicos recomendaban a sus
pacientes la conveniencia de tomar baños. Tanto en
balnearios como en el mar, para remediar ciertas
enfermedades. Puesto que veían en los rayos solares un
remedio para la meningitis y también les atribuían efectos
beneficiosos para erradicar la depresión y los males de
amor...
Yo no sé si los médicos seguirán recetando la estancia en la
playa a las personas que caen en las redes de una enfermedad
caracterizada por la tristeza o desánimo en cantidad
suficiente como para que se sometan a la debilidad y el
abandono. Pero yo he conocido casos en que los enfermos se
olvidaban de los medicamentos y se pasaban las horas muertas
en la playa.
Ora tomaban el sol, ora paseaban por la orilla, ora se
bañaban; ya se ponían a jugar a las cartas con los amigos;
ya decidían criticar lo que se encartara; ya leían... Y
todos ellos comiendo bien y bebiendo mejor y, desde luego,
dándole su sitio a la siesta. En el momento oportuno. Y debo
decir que la mejoría era evidente. Agua, sol, dieta
mediterránea, siesta y chismorreo, no cabe la menor duda de
que siguen siendo ayudas inestimables hasta para los peores
estados de ánimo.
En lo tocante a los males de amor, pertenecientes a esta
época, me imagino que alegrarse la vista en la playa tampoco
será malo. Usado cual terapia para hombres y mujeres que
hayan quedado atrapados por la empanada mental de amores que
ocasionan suspiros tan insistentes como para mover el aire
mejor que el ventilador más acreditado.
En fin, que a partir de mañana, es decir, hoy para ustedes,
dado que las aguas ya han sido bendecidas por la Señora del
mar, le haré caso a Rafael Atencia -fisioterapeuta a
quien le he encomendado la maltrecha musculatura de mi
cuello-, y comenzaré a nadar en plan terapia.
Y lo haré en la playa del Chorrillo. La que me encanta.
Aunque es bien cierto que trataré de hacerlo con las debidas
precauciones. No vaya a ser que esté acechándome ese tiburón
que ha merodeado, fechas atrás, por la bahía algecireña.
Aunque no tengo la menor duda que si me dieran a elegir un
encuentro casual con semejante escualo y ciertos animales
racionales de la ciudad, me decidiría por el primero.
Pero tengamos la fiesta en paz y demos gracias a quienes
hayamos de darlas, por ser tan afortunados de vivir en una
ciudad donde podemos disfrutar de varias playas y además
situadas en sitios céntricos. Playas que han sido bendecidas
por la Virgen del Carmen. Como así era requerido, para poder
bañarse, por los señores de una época en la que primaban los
españoles de baja estatura. A propósito: de los bajitos
actuales hablaré otro día.
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