Te conocí un 18 de julio de 1982.
Nos presentó Pepe Benítez. Tú estabas en tu sitio de
siempre: en un recinto deportivo. En esta ocasión, recuerdo
que disfrutabas viendo un partido de fútbol-sala en el
polideportivo José Zurrón.
Comenzamos hablando del pésimo Mundial que había hecho la
selección española. Y luego me deseaste lo mejor como
entrenador de la Agrupación Deportiva Ceuta. Cometido que me
había traído esa misma mañana a esta ciudad.
Cuando le pregunté a PB por ti, lo primero que me dijo es
que eras el mejor amigo que los niños de Manzanera -tu
barrio- tenían. Que amabas el fútbol de tal manera que
generabas ilusión a raudales entre la chavalería. Que tu
labor consistía en ser mensajero de una felicidad que se
obtenía jugando en equipo.
Al día siguiente, durante el acto de presentación de la
plantilla de la ADC, en el Alfonso Murube y en mañana donde
el sol apretaba ya de lo lindo, te acercaste a mí con el fin
de ofrecerme tu amistad y tus servicios. Y a partir de ese
momento, Antonio, nuestras relaciones fueron siempre
inmejorables.
Recuerdo, Antonio, de qué manera solías darme ánimos
cuando la derrota del domingo aún permanecía en carne viva.
Y lo hacías de forma que apenas notara yo que gozabas de
saberes futbolísticos, que para sí lo hubieran querido
profesionales de la cosa muy reputados.
Luego, Antonio, hubo una época, cuando yo gané la plaza de
director de la Escuela de Fútbol y me nombraron asesor del
IMD, en la que pensé en ti para que me ayudaras como
conductor de niños que era. Y allá que vivimos un tiempo
soñando con darle vida a un proyecto que fracasó
rotundamente.
Pero tu seguiste a lo tuyo. Haciendo lo que mejor sabías:
captar la voluntad de los niños para que se unieran a ti con
el fin de que jugando pudieran sortear los peligros que les
acechaban por todos los sitios.
Ay, Antonio, sé que te han hecho homenajes y han tratado de
recompensar la labor que desarrollaste mientras tuviste un
adarme de fuerza. Pero es que lo tuyo, tu entrega a favor de
los niños de esta tierra, pertenece a las obras que no se
pueden pagar con nada.
Sí, Antonio, ya sé que tales destacados carecen de valor en
la hora de tu muerte. Pero es que antes de hacerte esta
humilde y merecida necrología, creo haberte ensalzado otras
muchas veces. Y hasta me he permitido, hace apenas nada,
calificarte de loco de atar por el fútbol. Porque sin
estarlo me sigue pareciendo que no es posible que terminaras
convirtiéndote en ese forjador de sueños que los niños
necesitan.
Tardará, Antonio, en nacer otra persona como tú, dispuesta a
vivir intensamente el fútbol base. Ese fútbol donde, además
de ser el vivero de grandes jugadores, los niños van
aprendiendo acerca de la moral y de las obligaciones de la
vida.
Mira, Antonio, hoy, en esta mañana de jueves, cuando Juan,
tu hijo, me ha dado la noticia de tu muerte, lo primero que
he pensado es que ésta se habrá producido como algo natural.
Sin más. Y, desde luego, no me negarás que has podido
disfrutar de un Mundial en el cual España, tu España, ha
conseguido el título. Te lo merecías, Antonio Tirado, ‘Antonati’.
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