Cuando empiezo a escribir, trato
de volver a la realidad: la realidad para mí es contar cosas
relacionadas con la ciudad. Que es lo que más le interesa al
editor y sobre todo a los pocos lectores que deciden
soportarme cada día. Pero debo confesar que la tarea me
resulta complicada. Porque tengo asumido que ni hablando de
cuestiones relacionadas con Juan Vivas me sería
posible interesar lo más mínimo. Pues en estos momentos, y
los que te rondaré, morena, el personal sólo quiere seguir
hablando y que le hablen de cuanto ha acontecido en
Sudáfrica.
Del país donde Vicente del Bosque ha regresado
convertido en el hombre ideal de una España que suspira por
la forma de ser de un salmantino que en su momento
Florentino Pérez tachó de estar pasado de moda para
seguir entrenando al Madrid. Y es que Florentino y
Valdano se decidieron, entonces, por la apostura de
Carlos Queiroz: portugués versado en idiomas y
con aires de galán al estilo de Ricardo Montalbán.
Vicente del Bosque, dado que el éxito ha sido frecuente en
su vida, sabrá sobradamente que éste es como el whisky: la
primera copa tonifica, la segunda excita, la tercera
trastorna y la cuarta tumba. (como estoy citando de memoria,
me van a perdonar que no escriba el nombre de su autor).
Ahora bien, los éxitos de Del Bosque y Vivas –excusen la
comparación con el presidente de la Ciudad- tienen para mí
un pero: apenas son envidiados. Así que habría que
preguntarles a ambos si los éxitos acumulados, por la razón
apuntada, les producen menos satisfacción. La satisfacción
parece anidar permanentemente en Pepe Reina.
Prototipo de hombre feliz y que da muestras evidentes de
querer a cuantos le rodean. Y lo hace proyectando su
felicidad sobre ellos.
El portero del Liverpool, como ya lo hiciera cuando España
ganó la Copa de selecciones europeas con Luis Aragonés,
hizo un monólogo para poner fin a un recibimiento triunfal y
multitudinario de la selección por las calles de Madrid.
Viéndole actuar, además de quedar cautivado por el
personaje, se me viene a la memoria la siguiente frase:
-No hay cosa más difícil que reconocer el éxito de los
demás; el inteligente multiplica los éxitos del otro y el
torpe les resta importancia (José Luis Iborte Baqué).
A Pepe Reina el pensar bien le debe costar menos trabajo que
seguir manteniendo la titularidad en su equipo y mucho menos
que ser tan extraordinario portero. Por una sencilla razón:
nació suficientemente inteligente como para no tener que
entrenar tal facultad.
Sí, ya sé que a su padre, Miguel Reina (magnífico
guardameta. A quien conocí cuando con doce años se pasaba
las horas muertas en el campo del Arcángel cordobés, detrás
de la portería donde se entrenaba Benegas), le
hubiera gustado que su hijo, además de gozar de esa fama
antedicha, jugara más veces con la selección. Pero no todo
es posible en esta vida. Porque de ser así, Pepe tendría ya
los suficientes enemigos como para no tener tiempo de pensar
en monólogos generosos.
Motivo: en esta tierra, se puede ser el primero en algo.
Pero ser el primero en algo y, además inteligente, es causa
de persecución diaria. Por culpa de la maldita envidia.
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